martes, 20 septiembre 2022. Mi prima Elisa y yo esperamos a alguien en la Plaza de la Merced. Me cuenta que no quiere vivir en una casa que ha heredado porque le trae malos recuerdos. Recuerdos tristes, dice. Le digo que como la casa tiene dos puertas, puede entrar por la de servicio (en ese momento recorremos la casa virtualmente sin levantarnos de los bancos de la plaza). Se la voy mostrando. Ves, aquí está el cuarto de baño completamente renovado (un espacio diáfano, con la ducha integrada por si tuviera que entrar alguien en silla de ruedas), a cada lado del pasillo los dormitorios y, la fondo, la cocina y el salón. Elisa lo mira todo como si fuera la primera vez que lo ve. De repente estamos en la entrada de una casa de campo que se cae a pedazos. Un obrero arrastra una estantería muy vieja. Se supone que hará obra en la nueva casa de Elisa. Digo algo (no recuerdo qué) y él se ríe como si hubiera contado un chiste graciosísimo. Elisa tiene en brazos a su hija Nadia (en el sueño es un bebé de dos meses). Para que pueda seguir con la obra, le digo que me llevo a la niña. La niña patalea y grita, pero finalmente se duerme. Llego con ella a un restaurante multitudinario, donde están ya comiendo algunos de mis amigos (los de toda la vida y los poetas, mezclados). Me han guardado un sitio. Emilio y Salvador dice que van a por mi comida. Me siento con la niña en brazos. Puedes darle langosta, a los bebés canguro les gusta mucho, dice alguien. Efectivamente, cuando aparto la toquilla que cubre a Nadia, es un bebé canguro. Le doy pedacitos de langosta. Le encanta.