sábado, 14 enero 2023. Parece la terraza de un bar. Alguien pregunta si me acuerdo de aquella vez que fuimos a nosedónde. Me acuerdo, precisamente llevaba este mismo jersey (rojo con rayas finitas negras), les digo. Cuchichean, me miran de reojo. Si me gusta, no me importa llevar el mismo jersey durante veinte años, pienso y me levanto para ir al servicio. Entro en lo que parece un salón de baile vacío. Al fondo hay dos entradas/túnel envueltas en tela blanca iluminada (como una obra de Christo). Entro por la boca de la derecha. Llego a un espacio con proyecciones de cataratas. Pienso que cada una indicará un inodoro. Busco papel higiénico en unos puf cuadrados forrados de dacha roja. Están vacíos. Al salir por la boca de la izquierda, el salón está a oscuras, ni un resquicio de luz, tanto que creo que me he quedado ciega y vuelvo sobre mis pasos. Bill Nighy está echado en uno de los puf. Hace un gesto para que me acerque y me tumbe a su lado. Dice que tenía dudas sobre divorciarse y que, al recibir mi carta, finalmente ha decidido dejar a su mujer. No sé de qué carta habla ni me voy a casar con él, pero no le digo nada, solo quiero salir de allí. Le pido que camine delante de mí y me guíe a la salida y en la calle ya hablaremos.
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Al abrir el frigorífico la puerta roza con la esquina de la columna. Voy a decirle a Alberto que venga a verlo a ver qué solución se le ocurre. Al entrar en la cocina veo que la puerta es de plástico muy fino y está rota. Pienso que Alberto va a creer que la he roto yo, pero no se fija. Dice que cualquier mañana meteremos el frigorífico en el maletero y se lo llevaremos a ese amigo mío para que le pase un bastoncillo de los oídos por los rincones. No sé de qué amigo habla y no entiendo que no se dé cuenta de que la puerta está rota.