cipreses y sellos arrugados

lunes, 5 junio 2023. He quedado con Francis después de mucho tiempo. Nos abrazamos. ¿Has crecido?, le pregunto. Él se tumba y señala el césped. Tú eres así, dice. Le doy un beso y entramos en un centro comercial (se parece al que fue mi colegio). Hablamos de tonterías, nos reímos, le digo que tengo que comprar sellos. Aparecen su mujer y sus hijos. Nos sentamos en una habitación con barra de bar de madera. Ella saca un papel muy largo con una lista de cosas que quiere que hagamos. Quiere que vayamos a comer a su casa. Mientras habla, sus hijos comen compulsivamente caramelos y tiran los envoltorios al suelo (me extraña porque son extremadamente educados). Su hija toca una tecla de un piano y suena una alarma. ¡Ahora vendrá el camarero!, le dice su hermano. Elisa se echa a llorar y Víctor recoge los apeles del suelo. Vamos a comer juntos, insiste Cocó. No puedo, le digo. No quiero, corrijo. Francis me mira sorprendido, se alegra de que diga lo que en realidad siento. Me levanto y salgo del colegio. Me siento tan satisfecha que intento saltar al vacío, pero cuando estoy en el aire pienso que voy a matarme y camino en el aire hacia atrás. De nuevo, intento caminar sobre unos cipreses, pero los pies se me hunden. También desisto. Me siento muy triste porque quería pasar el día con Francis. Llego a una plaza enorme con mucho tráfico. Cuando voy a cruzar Francis me abraza desde atrás. Tengo algo que proponerte, le digo.
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Estoy en la terraza de un bar. Hay mesas altas sin taburete. Javi va y viene del centro de la calle a la mesa. Cumpián ha dicho que vendría, dice. No sé de qué conoce a Cumpián ni por qué está tan nervioso. Se hace de noche y tengo que echar una carta. Me voy sin que se den cuenta. Llego a un edificio de Correos muy destartalado. Subo por una escala metálica y, cuando estoy arriba, empieza a alejarse del suelo como si fuera una nave espacial. Aparece un chico, me dice que esa es su casa, pero que puedo quedarme a cenar. Cada cosa de la casa (mesa, tazas, cubiertos) tiene un cartelito con un precio. ¿Lo vendes todo?, pregunto. El chico lava una lechuga sin decir nada. ¿Qué vas a tomar?, pregunta. Nada, solo vine a comprar sellos, le digo extendiendo la mano y enseñándole unos sellos arrugados.