domingo, 11 junio 2023. Estoy en lo más alto de una grada de obra. Hay gente sentada a la espera de algo, pero no sé de qué. Llega Chivite y se sienta a mi lado. Me da un paquete envuelto que abro con auténtica ilusión. Son regalos de despedida (no recuerdo qué).
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Chivite está sentado junto a un velador. Hay una lamparita que da una luz íntima. No sé si atardece o está amaneciendo. Alguien llega, le dice algo y Chivite se deja caer desmadejado al suelo como respuesta. Lo veo todo como en una película. Lamento no estar allí, ahí, con él.
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Hay un montículo de tierra. Al comenzar a subirlo veo unos botones de nácar. Me los llevaré de recuerdo, pienso. Al cogerlos se convierten en monedas. Cuantas más cojo, más aparecen. Lo que al principio era calderilla, ahora son monedas grandes del tamaño de un posavasos. Ya no me caben más en los bolsillos. Llevo un puñado entre las manos. Se las enseño a Alberto. Las mira sin interés.
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Se supone que estamos en Vitoria. Hay un jardín rodeado de un parterre muy cuidado, con flores de varios colores y un seto de un verde vigoroso. Alberto lo cruza pisando las flores. Doy un rodeo para entrar. Alberto se ha sentado en un banco para ver el atardecer. Me siento a su lado. Llegan dos chicas y se sientan junto a Alberto. Estamos muy apretujados. Una de las chicas saca un libro dice que tiene un examen de inglés al día siguiente. Le digo a Alberto que la ayude y así se irán antes. La chica comienza a decir palabras en inglés sin sentido. No pronuncia bien ni sabe hacer frases simples.