miércoles, 19 febrero 2025. Voy por una calle estrecha. Está llena de estudiantes rubios y altos en camiseta (parecen americanos). Un hombrecillo lleva un cesto lleno de bollitos a la espalda. Uno de los estudiantes (se parece a Trump de joven) le quita uno sin que se dé cuenta. Me vuelvo hacia él, le digo a gritos delante de todo el mundo: ¿¡Te parece bonito robarle a un anciano!?, ¡eso no eres capaz de hacerlo en tu país! El tipo entra en cólera por haberlo puesto en ridículo delante de sus compañeros. Me persigue. Uno de los chicos que va en su grupo se pone a mi lado (más joven, enclenque, pelirrojo con pecas) y me dice que ya era hora de que alguien le parara los pies. El musculitos se quita el cinturón y se lo echa al cuello del pelirrojo para ahogarlo. Consigo quitárselo, le digo que huya. El chico corre hasta llegar a una estación de metro y desaparece. El musculitos me persigue, me alcanza, me golpea, me arranca la ropa, me tira al suelo. La gente a nuestro alrededor no hace nada, solo miran mientras comen helados o hamburguesas y siguen paseando. Cuando lo tengo encima, de repente dejo de ser yo y veo la escena desde fuera, como en una película. Tiene debajo a una chica muy guapa. ¡Defiéndete!, le grito a la chica. La chica se levanta y le tira una piedra enorme a la cara. El chico, sorprendido, dice que nunca había sentido nada igual, que le gusta, que por favor vuelva a golpearlo. La chica no sabe qué hacer y yo no sé qué decirle. La chica le pregunta: ¿Qué haces en estos casos? El chico dice que es él quien suele pegar. Después le da una patada en la mandíbula y ella queda tumbada inconsciente. De repente, los dos son mayores y están en un restaurante rodeados de sus familias. Se les ve muy felices. Celebran el cumpleaños de su hija. Yo lo sigo viendo todo como en una película sin comprender nada.