miércoles, 4 octubre 2017. Voy en un tren sin asientos. Por las ventanas se ve Bangkok. Unos niños suben y bajan a lo loco. Les digo que tengan cuidado. Se ríen. Uno me dice que el tren no es un tren, es un vagón varado en la playa, y lo que veo por las ventanas una película. Decepción. Me bajo del falso tren y entro en un bungalow. Mis padre acaba de llegar del trabajo, mi madre pone la mesa. Parecen muy jóvenes. Mi hermana habla por teléfono sentada en el brazo del sofá. Está desnuda. Le digo que debería vestirse. Si no le da vergüenza estar desnuda delante de papá. Me mira sin comprender. Se pone un albornoz y dice que va a bañarse a la playa. Es de noche. Estoy agotada. Me tumbo en una especie de catre que hay en mitad de la habitación. Veo a un tipo enorme ir y venir por la playa, hablando a gritos por su móvil. Da miedo. Viene hacia el bungalow, cierro los ojos, se sienta al borde del catre y me sopla al oído. Me hago la dormida. Tintinea unas llaves. Es Emilio. He traído el coche, dice. Veo que ha aparcado dentro del bungalow, que ahora está decorado como el comedor de la casa de mi abuela. Alberto me espera dentro del coche. El catre se ha convertido en una bañera. Emilio dice que antes de irnos tiene que cortarme las uñas de los pies.