martes, 10 octubre 2017. Estoy con mi abuela en el patio del Palacio Episcopal como si fuera la terraza de un bar. Aparece Enrique. Le digo a mi abuela que se fije en sus ojos. Los ojos de Enrique son negros al sol y verdes a la sombra. Enrique se transforma en Chivite. Su mujer saca de un aparador dos tortillas. Si tenéis invitados no vamos, le digo. Chivite se transforma en un teléfono de baquelita. Me cuenta que lo pasó muy mal cuando lo echaron de todos los foros de internet. Lo borraron todo, se queja, pero ahora estoy muy bien. Le digo que noto perfectamente cundo está bien o mal. El teléfono vuelve a ser Enrique. Le pregunto si conoce la canción "Los mil chinos de Murphy". Me explica que, en realidad, Murphy estaba en un concierto y aparecieron, por error, mil chinos con pancartas protestando por algo. Ahora todo el mundo usa el término "los mil chinos de Murphy" para cualquier cosa y sin ningún sentido, dice. Ahí al lado, por ejemplo, hay un restaurante que se llama así. Voy a ver el restaurante. Bajo por un túnel vertical hecho en la acera agarrándome a una escala. Al llegar abajo, llego a un pasillo igual de estrecho donde hay que andar a gatas. Las paredes están empapeladas en tonos verdes. Oscuridad, humedad, calor. A pesar de todo está lleno. En las mesas hay cuencos con fideos. Subo muy lentamente porque me queda muy justo y casi no puedo respirar.