viernes, 15 diciembre 2017. Estoy de visita en casa del escritor Chivite. Parece una casa que sólo usen en vacaciones, con estanterías de obra, paredes encaladas, pocos muebles. No hay aristas, todo es romo. También las conversaciones. Van vestidos de verano. Yo llevo un abrigo muy grueso gris. Mientras ponen la mesa, miro un atlas, un álbum de fotos, paso los dedos por el borde de los muebles. Están sentados a la mesa y me despido dándoles un beso en la frente a cada uno (incluido un hijo que en la vida real no tienen). Al salir se me rompe el collar que llevo puesto (no sé de dónde ha salido) y el suelo queda cubierto de cuentas de colores. Les digo que no se levanten, pueden resbalar. Miro las cuentas con mucha pena, como si fueran seres vivos. Antes de cerrar la puerta, les pido que cuiden sobre todo de las verdes.