jueves, 31 enero 2019. Estamos en la Plaza de la Merced junto a in kiosco de aluminio. Parece que no le queda nada, es muy tarde. Pienso que el dueño se querrá ir a su casa. Vacío las papeleras pequeñas que tiene adosadas en una más grande. El hombre sale y apila las sillas. No sé cómo hemos llegado al palco de un cine. Estoy sentada en el suelo, no me interesa la película. Daniel se me acerca. ¿Eso que brilla no serán lágrimas?, pregunta. ¿Una cervecita?, dice. Vamos a una fiesta, dice, mandaré cuatro taxis para que te recojan por si quieres marcharte. Cuando llegamos a la fiesta (es en casa de Rosamari) hay cuatro taxis aparcados a la puerta. Daniel da una clave por el portero automático y entramos. Dentro hay un patio igual al de mi colegio. La gente está sentada en unas gradas, cada uno mirando su móvil. En el suelo hay un taco amorfo de goma rosa. Daniel dice que es una prótesis. Con una mano estrujo el taco de goma y con otra uno de mis pechos. Pues al tacto son iguales, le digo.