gelatina

viernes, 19 marzo 2021. Tengo que leer poemas en unos jardines. Los jardines son extensísimos (me recuerdan a Versalles). Hay sillas blancas de tijera y todas están ocupadas. Pienso que tardaré una eternidad en llegar al escenario. En ese momento aparece Sheldon Cooper en un coche de caballos. Me invita a subir tendiéndome la mano. Me dice, emocionado, que leyó en uno de mis blogs que los garbanzos estaban muy buenos, que los ha probado y no están muy buenos. Lo dice con entusiasmo, sonriente y en un correctísimo español. Mientras habla maravillas de mis blogs, el coche de caballos avanza hacia el escenario. Por el camino, mi padre se acerca, intenta tirar de mí para que me baje. Necesito que me compres pilas y bombillas, dice. El coche sigue avanzando y me da pena dejarlo atrás. Al llegar, una chica (la organizadora, supongo), me entrega un regalo muy mal envuelto. Sheldon dice que tiene muchas ganas de oírme leer, pero mientras habla se quita con prisas el elegante traje de lino color hueso (a juego con la tapicería del coche de caballos), se pone una camiseta de tirantes y unos minishorts muy ajustados (y muy gays) y se pone a bailar a lo loco con otros chicos que no sé de dónde han salido. Aparece Carmen. Ya te dije que no vendría a mi lectura, le digo. Carmen se encoge de hombros, también tiene prisa, y me empuja hacia el escenario para que lea. Los jardines han desaparecido, el escenario es un patio nueve metros cuadrados entre las paredes de tres bloques de pisos. En primera fila me parece reconocer a mis padre y a mi abuela pero, cuando me fijo, no son más que tres maniquíes disfrazados con su ropa. En uno de los bajos han abierto la ventana para oírme leer. Karina (la cantante), me saluda moviendo los brazos, me grita que ha llevado a todos sus alumnos de música para que oigan mis poemas. Los veo a todos amontonados tras la reja de la ventana. Son los únicos a los que parece que les importo. Me acerco al micrófono, el público ni se inmuta. Sospecho que todos son maniquíes. Se acerca la presentadora. Es Belén Esteban. Mientras habla me siento en una silla de playa de la que voy resbalando como si fuera una muñeca de gelatina. Intento gritar, pedir ayuda, nada. Caigo al suelo y la gelatina que soy se va volviendo un charco. Cuando soy totalmente un charco intento moverme, llegar a casa, pero me doy cuenta de que no llevo zapatos. Los charcos no tienen zapatos, pienso y siento una enorme tristeza.