martes, 23 marzo 2021. Parece un hotel, pero algo me hace desconfiar de todo el mundo. Hay hombres como armarios enchaquetados en casa esquina, las camareras nunca miran a los ojos, parecen robots. Esto va a ser una secta, pienso. Un jubilado inglés de aspecto inofensivo me pide ayuda en el buffet del desayuno. Mientras le explico cómo funciona la máquina del café veo a Alberto a lo lejos. Me hace señas. Entiendo que va a por el coche para que nos larguemos de allí. Mis sospechas se confirman. Camino despacito, mirando los setos de rosas, mientras me alejo del edificio. El inglés me sigue, me toma del brazo, intenta hacerme la pelota. Dice que ha visto mis dibujos, que ha leído mis cosas (les llama cosas), que le dé mi dirección para escribirme y buscarme editor en Londres. Saco una libreta dispuesta a darle un mail falso, pero todas las hojas están escritas. En mi habitación tengo un cuaderno, acompáñame, dice tirando de mí. Me resisto. Me levanta la falda. Recuerdo que no llevo nada debajo. Lo empujo sobre los setos pero oscila sin llegar a caer como lo haría un tentetieso. Corro hasta llegar a un terraplén y llego a un camino (parecido al Camino Nuevo que lleva a Gibralfaro). No pasan coches, ni rastro de Alberto, ni rastro de vida.