sábado, 19 marzo 2022. Alberto y yo llegamos a la terraza de un bar. Nos sentamos juntos dos chicos a los que no conocemos. Todo el tiempo dicen que tienen que irse ya, pero pidiendo cervezas. Digo algo que les resulta muy gracioso porque se ríen hasta el punto en que uno se cae de las sillas. El que se ha caído envejece de repente y sigue riendo a carcajadas desde debajo de la mesa. Pienso que se parece mucho a cómo hubiera sido Antonio si siguiera vivo. Alberto dice que es hora de irse. El chico-señor del suelo, le pasa tres monedas por debajo de la silla. Las tres tienes agujeros. Alberto se las lleva para pagar. Pienso que debería haberme quedado alguna de recuerdo. La terraza del bar ahora es una habitación de hotel. Los dos chicos duermen la mona. Recuerdo que tengo que tomar un tren y salgo a toda prisa. No reconozco la calle y, además, está abarrotada de estudiantes. Todos llevan polos celestes o blancos. Le pregunto a una chica cómo se llega a la estación. No tiene ni idea. Estamos de viaje de estudios y nosotros viajamos en autocar, dice. En la acera de enfrente veo a una monja de seglar. Le pregunto. Primero se dice buenos días, dice. Buenos días, ¿por dónde se va a la estación? La monja se da la vuelta, baja a un portal y atiende a parto de una perra. Según va sacando cachorros los pone a subir la escalera hasta que llegan a la calle. Se mezclan entre los estudiantes, temo que acaben pisoteados. ¡El móvil!, recuerdo de repente. Pero al sacarlo del bolsillo no es más que una hoja de papel con unos números pintados a boli. Aun así intento escribir con el dedo sobre el teclado: cómo llegar a la estación desde mi ubicación. La hoja de papel responde, pero responde lo que le da la gana. Me muestra habitaciones de hotel y bares de moda. Pienso que me he olvidado de recordarle al supuesto Antonio que el tren sale a las 17h. Intento volver sobre mis pasos, subir de nuevo a la habitación, despertarlo y salir juntos hacia la estación. Imposible, la calle está cada vez más llena de estudiantes y cachorros.