domingo, 13 marzo 2022. Llego a los soportales del edificio donde vivo (aunque en el sueño son mucho más amplios). Han montado mesas largas con manteles de papel. Cada grupo de personas prepara un plato. Me pregunto si será un concurso o sólo una comida de confraternización entre vecinos. No conozco a nadie. Trato de pasar desapercibida, llegar hasta mi portal sin que nadie me diga que me quede a comer ni me salude siquiera. Justo cuando voy a entrar, un perro pequeño de pelo corto se abalanza sobre mí, se me agarra con las uñas a la espalda. Sigo caminando con movimientos bruscos para intentar que se suelte. Nada, parece que lo llevara de mochila. Todos siguen a sus tareas, sólo dos niñas intentan ayudarme hasta que consiguen librarme del perro. En agradecimiento, les digo que las ayudaré con su plato. ¿Qué estáis preparando? No sabemos cocinar, dicen. Haremos un postre, les digo. Las niñas dan saltos de alegría.
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Oigo ruido en la terraza. Al correr la cortina veo que la lluvia a tirado toda la ropa tendida al suelo. Un montón de calcetines, camisas y sábanas están a punto de ser tragadas por el desagüe. Cuanta más ropa consigo recuperar, más ropa sigue saliendo.