agua, jolgorio, retales y ducha

lunes, 16 agosto 2022. Le sirvo agua a mi padre. Dice que no le gusta, que sabe que no es la suya. Le digo que acabo de abrir la botella. Dice que no sabe igual. Le digo que madure de una vez. Voy a la cocina a por una botella. Ha varias botellas de suavizante llenas de agua, casera y bebida isotónica.
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Alberto conduce. Una chica y yo vamos en el asiento de atrás. La chica habla sin parar de banalidades. Cuando salimos del coche veo que llevo un triciclo de plástico de colores. Al ir entrar a lo que parece un museo, le pregunto a Alberto si lo dejo en consigna. Se enfada muchísimo, dice que la noche anterior me entretuve hablando con los sevillanos entre los bancos de la iglesia. No sé de qué habla. Le digo que estoy muy cansada, que prefiero irme a casa. No dice nada, entra en un edificio okupa. Desde fuera oigo que lo reciben con jolgorio. No sé qué hacer con el triciclo, no sé qué hacer en general, no sé dónde ir.
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Estoy en lo que parece una tienda, junto a unos retales colocados unos sobre otros, como si fueran alfombras. Tomo algunos para ver los estampados. Imagino qué tal quedarían unos pantalones. De todos pienso: demasiado jipis. También hay trozos de lona negra con una foto impresa (supongo que para hacer bolsas). Todas son de súper héroes, demasiado infantiles.
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Hay una habitación que hace las veces de ducha. En el centro, en el suelo, hay una gominola azul del mismo color que los baldosines. Andrés pregunta quién la ha dejado ahí, si es una cámara espía. Le digo que no es nada, que se olvide. Dentro de la habitación hay una cortina que separa una ducha de otra. Elisa se está duchando tras la cortina. La oímos cantar. Córtame por la mitad, le digo a Andrés. ¿Por dónde? De aquí para abajo o de aquí para arriba, le digo señalando mi cintura.