lunes, 22 junio 2009. Cuido de una pantera negra que vive en el patio de la casa de mi abuela. Cuando la pantera hace sus necesidades en mitad del patio, señala con la pata para que lo limpie. Arrastro sus heces hacia un rincón con una especie de remo o pala de sacar el pan de un horno de leña. Cuando la pantera ve que he terminado mi trabajo, se tumba bocarriba para que le rasque la tripa. Aunque parece domesticada, me acerco a ella con mucha precaución. La pantera y yo nos miramos directamente a los ojos, como si no quisiéramos perdernos de vista. Mientras le rasco, pienso, ella tampoco se fía del todo de mí.