sábado, 16 julio 2016. Estoy con los amigos en un hotel, en mitad de la nada, que parece sacado de un espagueti western. Por otro lado está Chivite y su mujer con unos amigos. Parece que se están organizando para buscar a alguien, pienso. Me acerco a ellos para ayudar. Ya tenemos las maletas hechas y no podemos irnos sin él, me explican. ¿Cómo es el niño?, pregunto. ¿Niño?, buscamos un pijama. Alguien grita que no es un pijama, que es un top. ¡Es un top!, ¡un top!, se gritan unos a otros.
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José Miguel, a quien no veo desde hace más de 30 años, actúa en una especie de club de la comedia. Cuenta su vida, habla de sus conquistas, su trabajo. Una chica corre hasta el centro de la sala, se abrazan, caen al suelo. Es mi mejor amiga, dice él a modo de disculpa. Todos aplauden y él se despide. Me acerco a saludarlo, pero al pasar por mi lado no me reconoce. Entra en el servicio de hombres. Lo espero fuera. Del servicio salen varias chicas riéndose. Sobre la puerta hay un foco que me deslumbra. Empiezo a pensar que cuando salga no sabré qué decirle.