lunes, 20 febrero 2017. Voy con mi madre por calle Larios. Lleva un vestido camisero hasta el suelo. Me dice que quizá se haya arreglado demasiado. Le digo que para una vez que sale, está bien que se arregle. Buscamos una joyería, quiero comprar una alianza de plata para grabarle "ley de la levedad" (título de un poema de Antonio). Entramos en una tienda elegante de puertas automáticas. Nos reciben varias chicas uniformadas, pero, al pasar la segunda puerta, se convierte en un almacén de todo a cien. Me fijo en unos sacos térmicos con forma de personajes de dibujos animados. Ya sé lo que quiero para Reyes, le digo a mi madre. Mi madre está indignada y se va. Yo me quedo mirando utensilios de viaje para avión, entre los que hay navajas y cuchillas. Un letrero en chino (que leo perfectamente) dice: "Aptos para cabina." Miro unos tarritos de cristal con lápices y tizas dentro. Pienso en que cuando tenga una casa para mí sola pintaré una pared de negro para que haga de pizarra. La imagen de mí, sentada sola sobre una alfombra pintando en la pared me da muchísima pena e intento encontrar la salida.