jueves, 27 diciembre 2018. Los muebles de la casa de mis padres están cambiados de sitio. La puerta del cuarto secreto de mi padre está abierta. Faltan muebles y la alfombra. Me alegra que hayas hecho limpieza, sin la mesa de dibujo ahora tienes sitio de sobra para sentarte y escuchar música, le digo. Mi padre niega con la cabeza. No hay libros. Le pregunto a mi hermana qué ha hecho con ellos. No dice nada.
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Voy en silla de ruedas. La calle está en obras y debo levantarme varias veces para sortear obstáculos. Llego al portal, de la que se supone es mi casa, y una pandilla han colocado barras para hacer deporte. Para llegar al ascensor debo subir con la silla por la escalera de un tobogán. Los chicos se ríen. Cuando por fin consigo subir, el ascensor es un metro. Los chicos suben conmigo. Se cuelan. Yo Tardo un rato en meter el billete de metro en la máquina porque es de papel de seda y está mojado. El andén es un arriate recién regado. Están sentados en el suelo y me uno a ellos. Una chica me pasa a su bebé. Te conoce, dice. Las dos intentamos hacer memoria. ¿Miriam? Sí. ¿Fotógrafa? No. Seguimos pensando. Llega el metro, es de madera, destartalado. Subo con Miriam. Los demás cruzan las vías y se alejan. Abro una ventanilla y grito: ¡Decidle a Ale que tengo su cazadora y su armónica!