jueves, 31 octubre 2019. Entro a un salón de actos donde se proyecta un documental. No estoy muy atenta. Me siento cerca de la puerta para poder escapar llegado el caso. Alguien nombra en pantalla a Eduardo Laporte. Aparecen en pantalla unos textos suyos. Pienso que tengo que contárselo, que se pondrá muy contento. Se encienden las luces. Una chica s acerca como si me conociera. me cuenta que ha venido expresamente a ver ese documental, aunque después de caminar juntas hacia un rato descubro que ha venido a conocer a alguien. Ha estado tonteando con una chica por internet y ha venido a conocerla, pasará el fin de semana en su casa. Como si yo fuera una experta, después de escuchar su historia, le digo que mi conclusión es que esa chica es sólo un capricho, mientras que la chica está enamorada de verdad. Se encoge de hombros. Entramos en un restaurante donde cenan los poetas del salón de actos. Afortunadamente no conozco a nadie. Le digo a la chica que lo ha hecho muy mal, que tenía que haber tensado un poco más, que quizá si hubiera esperado un par de meses, se habría enamorado de esa pobre chica. Ella come con los ojos en blanco, haciendo gestos teatrales. No me gusta, no sé qué hago allí. Sólo quiero largarme y contarle a Eduardo que sus poemas salían en un documental.
begoña y yo
martes 29 octubre 2019. Begoña y yo vamos en un taxi hacia el aeropuerto. Me enseña cosas que lleva en la maleta, unos papelitos pequeños, escritos en papelitos muy pequeños detrás de unas fotos muy pequeñas. El taxista (un chico muy joven con ojos desmesuradamente grandes y azules) nos dice que tiene un restaurante y que nos da tiempo a ir. Bajamos a tomar algo. Me fijo en que Begoña lleva un vestido muy bonito de florecitas (y que no lleva nada debajo). Le digo que es muy bonito. Dice que se lo ha comprado en "mi tienda" (se supone que mi tienda favorita que es Natura). Está delgadísima, casi se le transparentan las costillas bajo el vestido. Entramos un momento en el restaurante. El chico se mete en la cocina y nosotras pensamos que no nos va a dar tiempo a llegar al aeropuerto y nos despedimos. Salimos corriendo hacia la puerta porque preferimos irnos andando antes que molestar al chico. Tenemos que dar toda la vuelta al pueblo. Begoña decide tomar un atajo y saltar por una tapia. Intento detenerla porque la tapia está como unos 15 metros de la acera. Begoña dice que se dejará resbalar, pero en vez de resbalar cae. Corro a ver si se ha hecho daño, pero no está en ña cera de abajo, solo está su maleta. Me lanzo como ella, caigo de pie, corro por las calles buscándola. Nada. Cojo su maleta roja, finalmente, y me vuelvo al restaurante. Pregunto al chico (y a la gente que hay por allí) si la han visto, si ha vuelto. Todo el mundo me dice que no con cara de pocos amigos. No sé qué hacer. Pienso que a lo mejor me ha dejado alguna pista en su bolsa. Miro esos papelitos otra vez, pero solo encuentro un papelito que es como una nota de despedida en la hay escrito: HS.
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Voy con mi tía Encarna por la calle. Al llegar a Beatas está a oscuras. Vamos hacia la Plaza de la Merced por Álamos. Mi tía empieza a asustarse (no hay luz ni acera, pasan coches a toda velocidad). Para que no tenga miedo la cojo en la mano porque mi tía se ha convertido en una especie de bocadillo envuelto en una servilleta. Cuando llegamos a la parada de autobús la devuelvo al suelo y se convierte otra vez en mi tía. Decide que se queda con un grupo de gente (parecen muy animados). Le digo que yo me vuelvo a casa en el nocturno. Cruzo Alcazabilla (ahora es peatonal, pero en el sueño está igual que en los 70) y en la parada hay una pareja con un niño. Parecen extranjeros, aunque ella habla un andaluz muy gracioso. Se lo digo. La parada se transforma en su casa. Estamos en el salón de su casa (parece una librería), hacen collares y bisutería con cables de la tele. Todo está lleno de expositores con libros (sobre todo cómics). Charlamos: dos amigas, un señor mayor que dice que es escritor y un chico que no dice nada. El chico me sienta sobre sus rodillas empieza a restregarse conmigo. Me levanto, le digo que vaya al cuarto de baño y, cuando esté relajadito que vuelva. El resto no sabe si estoy en serio o en broma. Pienso que defenderán a su amigo, pero se ponen de mi parte. Ya era hora que alguien se lo dijera, dicen. Una de las chicas se mete un caramelo enorme en la boca. Le digo que parece un caramelo de Willy Wonka, de aquellos que no se gastaban nunca. El señor mayor me pregunta si sé si los hicieron de verdad. Le cuento que hicieron las chocolatinas, y que si alguien hiciera esos caramelos se haría millonario. Todos nos reímos y miramos la boca de la chica, que azorada dice: Esto es un chicle. El señor mayor quiere contarnos una historia sobre Wonka que nadie conoce, dice. Pero la chica del acento andaluz lo interrumpe y cuenta cómo entró en una secta donde tenía que arrodillarse y ondear una bandera en círculo sobre su cabeza. Oigo que empieza a llover. Salgo a la terraza (es la de mi casa). El suelo está lleno de charcos y cubierto de hojas de la portulacaria y de pinzas de la ropa. Barro haciendo montoncitos aquí y allá. Al fondo de la terraza veo a alguien que también barre. Es el chico al que mandé al cuarto de baño.
el sueño más bonito del mundo
sábado, 26 octubre 2019. Estoy sentada en el suelo, delante de la tele, en la que parece la casa de mi abuelo. Como si tuviera mucha hambre devoro un vaso de leche con gofio. Está tan espeso que lo como a cucharadas. Por allí están Alberto y sus padres. Vemos un programa de que me resulta insoportable, pero no digo nada. En ese momento ponen un vídeo musical donde la cabeza de Ringo Star (versión dibujo animado) va cambiando (ahora bigote, después barba, con y sin pelo, etc). No comprendo cómo lo aguantan porque tanta psicodelia marea. Voy al dormitorio a cambiarme de ropa porque, se supone, que después vamos a salir. Mientras me estoy vistiendo el padre de Alberto dice que tiene que irse. Estoy desnuda y busco cualquier cosa para cubrirme (pañuelos de gasa que me enrollo alrededor del cuerpo). Abro la puerta, mi suegro me abraza, me da muchos besos, me pregunta si estoy bien. Le digo que si, que no se preocupe. No pude despedirme de ti la otra vez, dice. Pienso que quizá se refiera a cuando murió. No te preocupes, no te preocupes por nada, repito.
mesa compartida
miércoles, 23 octubre 2019. Voy con varias personas (no sé quiénes son). Llegamos a un bar pero no hay mesas libres. Un grupo se levanta. Cuando vamos a sentarnos, un padre y un hijo dicen que es su mesa. La mesa es para ocho. Les pregunto si podemos sentarnos con ellos. Por hablar de algo les digo que en el extranjero se suelen compartir las mesas con desconocidos. Al cabo de un rato me levanto y me voy. El hijo también. No sé por qué me sigue. Camina callado a mi lado. No hago ningún esfuerzo para entablar conversación. Espero que se aburra y me deje en paz.
en orden
martes, 22 octubre 2019. Se supone que es nochevieja y el barrio de mi abuela se llena de familia que quieren aparcar. La gente deja sus coches en cualquier sitio y entran en el garaje caminando en dos ordenadas filas.
cúter
lunes, 21 octubre 2019. Alejandro estrena su primera película. No hay personajes, solo la cámara mostrando el recorrido de un laberinto de madera. Alejandro está sentado en primera fila, muy nervioso.
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Casa de mi abuela. Hay una reunión de poetas. Llaman para comer. Aprovecho que todos se han ido para cortar en tiras muy finas, con un cúter, mis poemas (como lo haría una maquina para destruir documentos). Las llevo al contenedor de papel que hay en la acera de enfrente. Justo cuando voy a cruzar aparecen dos coches a toda velocidad. Quiero subir a la acera, pero no puedo moverme. Pienso que voy a morir. Los coches pasan rozándome. Vuelvo a la casa. Cierro las contras de la puerta. La casa está vacía y a oscuras.
la siesta de los gorilas
viernes, 18 octubre 2019. Tengo que ir al zoo a preguntar si admiten personas. No encuentro la puerta. Cuando la encuentro está cerrada. En la escalinata de entrada están Salvatore y Cantos disfrazados de mujer, con los labios pintados de un rojo escandaloso. Están sentados con las rodillas muy juntas para que no se les vea nada y sostienen unos bolsos ridículamente pequeños sobre las rodillas. Lo hacéis muy bien, les digo. Salvatore me manda callar. Shh, dice, no vayas a despertar a los gorilas.
teatros
domingo, 13 octubre 2019. Estoy sentada en mitad de la calle. Miro el bloque de cuatro plantas que han construido donde estaba la casa de mi abuela. Hay cuatro terrazas idénticas y cuatro personas sentadas en cada una. Me miran, yo las miro desde abajo como si fueran un teatro. Espero que hagan algo. Ellas también parecen esperar. Empiezo a dudar si el teatro son esas personas o yo.
motores oxidados
sábado, 12 octubre 2019. La cocina de mi madre da a una terraza. Es la primera vez que la veo. Soleada, buenas vistas. Tiene una lavadora de turbina en el centro y, alrededor, atados a la barandilla un montón de motores oxidados. Le digo a mi madre que podría cambiar los motores por plantas y tomar el sol. No me toques nada, dice. Me da mucha pena, no sé qué hacer.
recena
jueves, 10 octubre 2019. Hemos terminado de cenar. Se supone que es un restaurante de lujo. Digo se supone porque nos estamos levantando y no sé qué hemos cenado, ni se ve nada a nuestro alrededor. Al salir, una camarero aparece con mis cosas. Me he dejado la chaqueta y el bolso. Así tengo la cabeza, le digo al camarero que se no se inmuta en su papel de sirviente serio. La puerta de salida es un marco de madera con una tela metálica, como si fuera un gallinero. Salgo a un descampado irregular de tierra y pedruscos. A la vuelta de la esquina Alberto ha montado un escenario para sorprenderme. Hay zapatos colgados de hilos invisibles. Es muy bonito, pero un coche pasa varias veces muy despacio por delante de nosotros y le digo a Alberto que quiero irme de allí. Entramos en un mercado con tiendas y bares. Las paredes están alicatadas estilo Lisboa. Alberto pide un ponche y una tapa de sardina marinada. Acabamos de cenar, pero no le digo nada. Pregunto al camarero si tiene palo cortado. Me mira con cara de pocos amigos. Tengo otras cosas, dice. Pues entonces lo mismo que él, le digo señalando a Alberto. Alberto no está y el camarero mira el vacío donde he señalado.
definición de barro
domingo, 6 octubre 2019. Jurdi y yo estamos sentados en el escaclón de entrada de una casa en ruinas. Está envuelto en una manda raída. Se parece mucho al Joker de Joaquin Phoenix. Todo va a salir bien, le digo con convencimiento (aunque no convencida). Sonría, respira hondo, se levanta con ánimo y se aleja caminando erguido, con una confianza fuera de lo normal, pienso al verlo alejarse. Antes de entrar a la casa, me doy cuenta de que voy descalza y la calle no está asfaltada. Tengo los pies llenos de barro. El barro nos es más que una mentira piadosa, pienso.
puntos suspensivos
yo quería que me preguntaran por ti
para poder decirles que estabas muerto
como si estar muerto
fuera un premio que te habían concedido
yo hablaba como nunca he hablado,
colocando puntos suspensivos
en lugar de decir tu nombre
un chico que regalaba agua con gas
me apartó de él como apartaría a una mosca
mi dolor no necesita burbujas, me dije
y seguí caminando
una niña escapó de la mano de su madre
grité su nombre
la policía me hizo callar
alguien me empujó hacia una calle en fiestas
la madre de la niña bailaba
con los ojos cerrados
con el abrigo puesto
mi dolor no necesita abrigo, me dije
y seguí caminando
[viernes, 4 octubre 2019]
para poder decirles que estabas muerto
como si estar muerto
fuera un premio que te habían concedido
yo hablaba como nunca he hablado,
colocando puntos suspensivos
en lugar de decir tu nombre
un chico que regalaba agua con gas
me apartó de él como apartaría a una mosca
mi dolor no necesita burbujas, me dije
y seguí caminando
una niña escapó de la mano de su madre
grité su nombre
la policía me hizo callar
alguien me empujó hacia una calle en fiestas
la madre de la niña bailaba
con los ojos cerrados
con el abrigo puesto
mi dolor no necesita abrigo, me dije
y seguí caminando
[viernes, 4 octubre 2019]
cajita muy pequeña y bolsa enorme
miércoles, 2 octubre 2019. Estoy en un teatro algo desvencijado donde nos dan clases de algo. He olvidado mis apuntes. Una chica llega con su hijo en un cochecito y se sienta a mi lado, se la ve sofocada. La conozco de algo. Le pregunto al tipo que está mi lado si sabe cómo se llama. Para que vea que no es por cotilleo, que de verdad la conozco, le digo que una vez le di una cajita muy pequeña y no supo abrirla. El tipo me hace un montón de preguntas sobre la cajita. Para quitármelo de encima, me invento que era de madera y dentro llevaba dentro una cinta casete de contestador. Eso hace que se interese aún más. Decido cambiarme de sitio, pero me doy cuenta de que no llevo sujetador. Voy a los servicios, pero el suelo está cubierto de agua y voy descalza, además ningún servicio tiene puertas y son unisex. Intento ponérmelo sin sacarme el jersey. Comienza a llegar gente sin parar.
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Parece una casa de estudiantes. Sobre una mesa hay un papel con mis datos, incluso mi número de cuenta. Me la guardo y decido irme de allí. Una chica me rapea al oído. Ahora con música, le digo en inglés. Responde, en inglés, que no me entiende. Al entrar al ascensor para subir a por mis cosas, hay un montón de ropa sucia y un chico en el suelo. Subo por las escaleras. Le cuento a Alberto todo lo que está pasando abajo. Me manda callar porque está mirando el móvil. Recojo todas mis cosas y le digo que me largo. Mientras lleno una bolsa de deporte enorme, pienso que la próxima vez viajaré con lo puesto. Ni me despido. Alberto baja detrás de mí, lleva papel para reciclar. Le digo que ya lo tiro yo. Se da la vuelta y lo veo subir la escalera alegremente. Al salir veo una fila de turistas que miran el escaparate de una pastelería. Un tipo bajito y calvo con acento francés dice que la gente es idiota por buscar el lujo. Lo miro y nos reímos.
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