sábado, 26 octubre 2019. Estoy sentada en el suelo, delante de la tele, en la que parece la casa de mi abuelo. Como si tuviera mucha hambre devoro un vaso de leche con gofio. Está tan espeso que lo como a cucharadas. Por allí están Alberto y sus padres. Vemos un programa de que me resulta insoportable, pero no digo nada. En ese momento ponen un vídeo musical donde la cabeza de Ringo Star (versión dibujo animado) va cambiando (ahora bigote, después barba, con y sin pelo, etc). No comprendo cómo lo aguantan porque tanta psicodelia marea. Voy al dormitorio a cambiarme de ropa porque, se supone, que después vamos a salir. Mientras me estoy vistiendo el padre de Alberto dice que tiene que irse. Estoy desnuda y busco cualquier cosa para cubrirme (pañuelos de gasa que me enrollo alrededor del cuerpo). Abro la puerta, mi suegro me abraza, me da muchos besos, me pregunta si estoy bien. Le digo que si, que no se preocupe. No pude despedirme de ti la otra vez, dice. Pienso que quizá se refiera a cuando murió. No te preocupes, no te preocupes por nada, repito.