iglú de arena

sábado, 29 febrero 2020. Sala de espera (que en realidad es una cancha de baloncesto). Se supone que van a operar a Alberto. Unas enfermeras entran y salen. Dicen que los acompañantes pueden entrar. Otra pareja y nosotros. La siguiente sala es un bar. Otras parejas terminan de comer y van levantando la mano para pedir permiso e irse. Alberto se ha transformado en mi madre. Mi madre dice que si no la operan hoy no vuelve más, y abre la boca para enseñarme los dientes. ¿Lo ves?, dice. Le faltan dos o tres piezas, pero las que tiene están blanquísimas. Pues así me quedo, no vuelvo, dice.
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Llego a casa de mis padres. En la puerta hay un montón de arena con forma de iglú. Dentro, un par de gatos dando vueltas sobre sí mismos antes de echarse a dormir. Hay otro montón de arena cerca donde ha gente deja las cosas que no quiere y otros pueden aprovechar. Dejo un libro de tapas duras. Un chico aparece de la nada y me pregunta de qué es. Ciencia ficción. Lo recupera de la arena y se va contentísimo.

veinte rusos

viernes, 28 febrero 2020. Alberto yo esperamos el ascensor. Cuando se abren las puertas está lleno de rusos (por lo menos veinte), todos colocados de frente a nosotros, marciales. Alberto entra y se coloca entre ellos de espaldas a mí. Temo que se cierren las puertas y no vuelva a verlo. Quiero decirle que salga o agarrarlo y sacarlo, pero no puedo hablar ni moverme.

tonto

jueves 27 de febrero de 2020. Josemari nos ha reunido para ponernos unas películas. Ha montado una especie de cine en su calle. Me siento al fondo por si me aburro y quiero marcharme. También ha montado una especie de barra de bar. Allí están algunos poetas que conozco y dejé de tratar. Uno de ellos me señala y hace muecas y burlas mientras los demás lo miran con caras serias. Pienso en sus caras de incomodidad. Aunque ya no son mis amigos sé que no se burlarían de mí, que el único que hace el ridículo es él.

culotte

miércoles, 26 febrero 2020. Mi sobrina me encarga un culotte-falda porque todas sus amigas tienen uno. Me explica cómo se pone: como un pantalón ciclista con la cintura muy alta que se dobla hacia abajo en la cintura y se convierte en falda. Que uno negro y otro amarillo. Dice que solo lo venden en zapaterías. No entiendo nada.
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Estamos comiendo en una mesa muy larga con mantel muy blanco. Josemari le explica a su hijo que tiene más de dos apellidos pero no sabe cuáles. Le explicó a Josemari que solo tiene que ir poniendo en orden los apellidos de sus padres, abuelos, bisabuelos, etc. Llega su hija y se pone a comer. Nos mira. Conmigo no contéis, dice.

muy mal todo

martes, 25 febrero 2020. Salgo de casa a todo correr porque pierdo el tren. Veo que llega el bus, cruzo entre los coches sin esperar al semáforo. En el bus sólo quedan libres unas piezas metálicas donde su supone que antes había asientos. Es bus está a oscuras. Parece que nos lleven al matadero. Llamo a Iván para decirle que voy para allá, pero el móvil es nuevo y no sé usarlo. Cada vez que intento marcar aparecen imágenes borrosas como las de aquella película de Wenders, "Hasta el fin del mundo". Al fin lo consigo. No lo dice pero noto por el tono de su voz que está muy decepcionado. Al parecer no la ha llegado algo que tenía que haberle enviado. Dice que mire un enlace. Aparecen varias escritoras con sus hijos o sus madres, bailando, cantando, haciendo alguna gracia especial. En uno de ellos Eva Vaz baila de maravilla con su hijo (en la vida real tiene una hija). Pienso que, efectivamente, yo no puedo enviarle algo ni remotamente parecido. Son las siete, cuando llegue me voy directamente al acto y hablamos, necesito hablarte mirándote a los ojos, ¿a qué hora empieza?, le digo. Empezó a las cuatro, responde. Estas son las únicas fotos que tenemos tuyas, dice y cuelga. Miro las fotos que me envía. Aparezco en grupos, todo el mundo posando con sus mejores sonrisas. Yo de negro, con la camiseta levantada tapándome la cara.

gallinero

lunes, 24 febrero 2020. Se supone que estamos en Nueva York porque hemos encontrado unos billetes a 300 euros. Estoy en un parque, sentada entre el público, donde una mujer mal disfrazada con gasas y collares cuenta el parto de su hija. Su hija está presente. Su nieta, que ya tiene unos cinco años, también. Toda su familia está en primera fila. Alguien me señala y grita: ¡Se aburre! Toda la familia y hasta el público me miran con odio. Cuando te aburres te pican las piernas, dicen. Les digo que el micrófono no funciona y aprovecho para escabullirme, pero la hija me acorrala en una habitación que parece un gallinero. Voy a leerte la mano, dice y comienza a clavarme una de sus uñas que se ha convertido en una navaja. Consigo escapar. Me encuentro a una chica que se alegra mucho de verme. Te llamé el lunes pero no me lo cogiste, dice. Nunca cojo el teléfono. Subimos por una calle muy fea con parterres con animales muy raros (no sé si son gatos, ratas o gallinas). Qué pena de viaje, le digo y le cuento mi episodio con la familia de los velos, me hubiera gustado ver otras cosas. Podemos venir la semana que viene, dice ella muy contenta. Pienso que, si vuelvo, le diré a mis padres que el billete cuesta 30 euros, no 300.

melena envidiable

sábado, 22 febrero 2020. No sé si estamos en una casa, un bar o una peluquería (quizá sea las tres cosas). Daniel va hacia la barra/lavadero. Lo sigo. El pelo le llega más abajo del culo. Una melena rubia y lisa envidiable. Se lo digo señalando sobre mi cuerpo: el pelo te llega por aquí. Dice que no sabe si cortárselo. Podrías donarlo, Omar el dejo así de largo para poder donarlo. Le dibujo en la espalda una línea por dónde podría cortar.



equilibrios

jueves, 20 febrero 2020. Se supone que estoy en Valencia. Después de un festival de cortos, no sé cómo he ido a parar a un piso que comparten Parreño y una pareja. No hay ascensor y para llegar al piso no se pueden pisar la mayoría de las baldosas porque dan descargas eléctricas. Un vecino baja dando saltos, haciendo equilibrios. También la escalera donde, además, hay que esquivar varias macetas enormes. Dos chicos bajan como si hicieran parkour. Decido que es más fácil subir como una funambulista por la barandilla de hierro. Una vez en casa hablamos de generalidades como ocurre cuando se está con alguien a quien no conoces. Criticamos a las parejas que se pasan la tarde en el bar cada uno mirando su móvil, por ejemplo. Se me sale el móvil del bolsillo. Se ríen al verlo. ¡No tiene ni cámara!, exclaman. No puedo recibir fotos siquiera, añado. Tengo varias llamadas perdidas. Una es del novio de mi hermana donde me explica cómo abrir una lata de sardinas sin mancharse los dedos de aceite. La otra es de Alberto. Dice que por fin ha podido grabar no sé qué programa de la tele. La chica llama a Alberto para gastarle una broma. Después de un rato hablando me lo pasa. No eres Alberto, le digo. Cierro el móvil. Parreño dice si quiero hacer algo, ir a algún sitio. Quiero irme a casa y dormir, le digo, pero antes debo pasar por el festival porque me he dejado las maletas.

sólo por escrito

martes, 18 febrero 2020. Camino junto a Diyán, buscamos un bar. Todos están llenos. Le preguntó la hora, las 15.20. Debía estar en casa a las 15, ¡tengo que marcharme volando!, le digo. Me abraza, dice que lo llame alguna vez. No sé hablar por teléfono, todo el mundo lo sabe, le digo y me echo a llorar.

bonitas piernas

lunes, 17 febrero 2020. Mi madre llora mientras friega unos platos. Me extraña muchísimo porque nunca la he visto llorar. Le pregunto qué le pasa. Dice que una vez, el marido de una prima de mi padre se propasó con ella. Estoy segura de que eso no ha pasado, pero no le digo nada. La abrazo, la consuelo. Intento no despeinarla.
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Tengo que recoger una radio. La chica de la tienda me da explicaciones que no necesito. Incluso cuenta chistes. Alberto me espera fuera y pienso que estará hasta las narices. Le digo a la chica que tengo que irme, pero ella sigue hablando y riendo. En un descuido escapo (sin llevarme la radio). Alberto y yo corremos porque no llegamos al cine. Mientras corro, me fijo en que no llevo pantalones, solo una camiseta de rayas que apenas me cubre las piernas. Me gustan mis piernas, pienso mientras corro. Cuando llegamos, hay revistas bien ordenadas en el suelo. Cojo una de cada mes. Entramos a una sala. Afortunadamente la película no ha empezado.

derviche en calzoncillos

domingo, 16 febrero 2020. Llego a lo que parece un restaurante muy elegante. No voy vestida para la ocasión. Un hombre (no lo conozco de nada), con faldón negro y túnica color hueso, se pone tan contento de verme que se quita la ropa y baila en calzoncillos dando vueltas sobre sí mismo. Me quedo tranquila al pensar que él va peor vestido que yo.
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De camino a casa nos encontramos con varios individuos muy borrachos. Por ejemplo el dueño de un bar, una señora que cae al suelo y su copa rueda por el césped hasta la acera (le pregunto si quiere que llame un taxi), un tipo sin camiseta (el dueño del bar sale a disculparse y me pregunta si quiero que llame a la policía). Al llegar a casa (que no es en realidad nuestra casa) miro la hora y son las 4:30 de la mañana.

servilletas

sábado, 15 febrero 2020. Mi padre dice que no volverá a comer servilletas blancas porque ha visto que llevan varios es. A partir de hoy solo comeré estás amarillas, dice y me enseña un paquete de servilletas de papel donde puede leerse "Sin conservantes ni colorantes". Pienso que las amarillas llevarán más colorantes que las blancas, pero no digo nada.

siete con cinco

viernes, 14 febrero 2020. Un perro negro enorme se me pone justo delante. Su cabeza es tan grande como la mía. No vayas a chuparme la cara, le digo. El perro se tumba a mis pies. Aparece Joaquín Reyes, se sienta a mi lado, me pregunta por mi madre. De 0 a 10, está 7,5. Hazme una foto con el perro como si fuésemos amigos, le digo. De repente estoy con mi madre viendo un álbum de fotos. En algunas aparece Carlos muy abrigado, posando de noche en una calle de Buenos Aires, y en otras de niño vestido de cocinero. Oeste está a mi lado. Mi madre saca un álbum con prospectos de películas antigua. Estos te van a gustar, le dice. También saca una caja con condecoraciones de mi abuelo. Dice que puedo ponérmelas cuando presente algún libro. No me parece muy buena idea, le digo. Me fijo en que a Oeste le crece el pelo por segundos.

escala oxidada y hombre tosco

viernes, 7 febrero 2020. Se supone que estoy en Bilbao (aunque no se parece en nada). He llegado en tren. Mientras paseo, pienso que no sé por qué no lo hago más veces (como si estuviera a media hora de casa). Para pasar de la estación a la ciudad hay dos caminos, uno cruzando una autovía inmensa y un barrio muy peligroso y otro bajando por una escala de hierro muy oxidada. Escalas hay cuatro y están en un hueco cuadrado en mitad de la calle. Están cubiertas de plantas trepadoras. Una madre y un hijo intentan bajar, temo que caigan. Le pregunto si está segura, si no prefiere que vayamos juntas por la autovía. nada de eso, dice. Cruzo y llego a una zona de naves y charcos de grasa. Una especie de banda me observa (están apoyados en un muro, sin hacer nada). Cuando paso discuten, se empujan. Aprovecho para escabullirme. Entro en una especie de hotel con un acuario. A simple vista parece lujoso, pero si uno se fija todo es muy cutre. Unos niños ensayan un baile. Uno de ellos dice que todavía tienen grabada mi actuación. No sé de qué me habla. En una pantalla enorme aparece una grabación donde bailo con una falda flamenca. Me muero de vergüenza. Pienso en cómo largarme de allí y en que no volveré a Bilbao.
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Se supone que un tipo (grande y tosco, mal afeitado) nos ha alquilado un piso (aunque estamos en el dormitorio de mis padres). Alberto hace agujeros con el guarrito para colgar algunos cuadros. Por hablar de algo, le digo que hacerle agujeros a una pared me duele tanto como si me hicieran un agujero en la oreja, que menos mal que me los hicieron de niña porque ahora no sería capaz. Veo que él lleva un arito y se lo señalo. Este me lo hice con quince años, cuando me fui de casa, dice. ¿Y dónde vive un niño de quince años cuando se va de casa? Dormía en la playa de la Misericordia. De repente me da mucha pena y me entran ganas de abrazarlo. No le digo nada. Pienso que de todos modos le ha ido bien, ya que ahora nos alquila un piso. Alberto termina con los agujeros y cuelga, lo que parece, una hoja de calendario de taco donde aparece un santo con una bandera sudista. ¿La reconoces?, me pregunta el hombre tosco. Hasta ahí llegamos, le digo.

parabrisas

miércoles, 5 febrero 2020. Subo al asiento de atrás de un coche enorme tipo americano. Conductor y copiloto discuten sobre el camino que debemos tomar. En vez de sacar un plano, el plano se "enciende" en el parabrisas. No se ve la carretera. No siento miedo, pienso que saben lo que hacen. Cuando por fin lo apagan vemos que tenemos delante una carretera muy estrecha, oscura y con montones de nieve a los lados.

dragones

martes, 4 febrero 2020. Se supone que llega mi suegra y todo tiene que estar limpio y ordenado. Las sillas están sobre las mesas y las alfombras enrolladas y apoyadas sobre la pared. No sé de dónde han salido tantas alfombras ni tantos muebles. Entro al despacho y donde debía estar la mesa, hay una especie de terrario con lo que parecen caracolas. Cuando me acerco veo que son pequeños dragones que abren la boca y me atacan. Esto no le va a gustar nada a tu madre, le digo a Alberto.