un mazo y el camino más corto

jueves, 5 noviembre 2020. Un grupo de personas uniformadas (hombres y mujeres, se dedica aplastar la cabeza de algunas personas con un mazo enorme. Las cabezas no sangran, parecen de plastilina, quedan con la forma del mazo en mitad de la cara. Lo hacen todo de manera mecánica., sin cambiar el gesto. Tumban en camillas a esas personas y cada camina en un coche fúnebre que van ordenando en un parking al aire libre. Pienso que cuando dejen todos los coches ordenados entraré, les inflaré la cabeza a todas esas personas y escaparemos. Pero los coches quedan aparcados con sus conductores dentro. me escondo debajo de uno de los coches. Alguien acciona un botón y los coches empiezan a arder. Intento pegarme al suelo para no quemarme, pero me quemo.
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Ordeno una casa donde se supone que vivo. Cuando voy a la cocina veo que mi hermana ha tapado lo que yo dejé cocinando con dos platos de plástico (que se han fundido) y un paño de cocina (que se ha quemado). Monto en cólera. Le grito, le echo en cara un montón de cosas que no tienen que ver con la cocina. No dice nada. Me voy, le digo, tenía todo eso acumulado. Entro a calmarme en un dormitorio, La cama está deshecha, hay ropa, zapatos, fotos, polvo y tierra en el sueño. Como si hubiera habido un tornado. No digo nada y me pongo a ordenar. Busco una escoba y un recogedor. Mi hermana me trae un palo de fregona sin fregona. No sido nada. Intento separar las fotos de la ropa. Entre las fotos hay cristales rotos. Llega mi prima Elisa con su hija Nadia. Encuentro un monedero amarillo con forma de mochila y se lo doy a Nadia para que se entretenga, se vaya no se corte con los cristales. En esa foto Fede y tú parecéis novios, dice Elisa. Le digo que nunca hubiéramos sido novios, que para mí es un hermano y él me llama amiga del alma. Elisa me cuenta que en una boca de metro de Madrid vio a un chico cantando ópera y se enamoró. Es bonito enamorarse así, por unos segundos, le digo. De repente estoy en una especie de desguace donde va a haber una lectura de poemas. Alguien me entrega un dossier con fotos y poemas. Entre las fotos está esa en la que salimos Federico y yo. Alguien me dice al oído que el chico que cantaba ópera era... (no dice nada, hace muecas). ¿Negro?, pregunto. Se lleva las manos a la cabeza. ¡Estoy harta de lo políticamente correcto!, ¡hay que hablar siempre por el camino más corto si queremos comunicarnos!, le grito.