sábado, 2 octubre 2021. Salgo de una especie de parque acuático y llego a una zona de casas adosadas con jardines muy bien cuidados. Voy sola, pero noto que alguien (a quien no veo) me dice que el resto del camino lo haré acompañada. Aparece un chico muy delgado que me recuerda a Juan Carlos (mi primer novio), pero no le digo nada. Nos damos la mano para presentamos formalmente, aunque no decimos nuestros nombres. Parece que tuviera la misión de hacerme agradable el camino. El camino es de tierra con pedruscos y zanjas (una especie de mina abandonada que bajamos en espiral). Por hablar de algo, hacemos una lista de las cosas que nos gustan y las que no soportamos. Me sorprende que coincidamos en tantas cosas. No soporto que alguien lleve empastes, dice de repente. No es que no lo soporte, pero hago así, dice y cierra los puños con los brazos caídos y emite un ruido de fastidio. Yo hago el mismo gesto para que vea que es el mismo que yo hago. Nos reímos. Está claro que no te conocía nada, le digo. Eso estaba pensando, dice con pena (pero sonriendo) dándome a entender que lo dejé sin motivo. En ese momento siento un frío enorme, pero no le digo nada. Cuando echamos de nuevo a andar me agarra del hombro, tira de mí pegándome mucho a él. Para que no tengas frío, dice. En ese momento me fijo en que no es Juan Carlos, es Oeste, y lleva una rebeca blanca con solapas muy finas. Alguien con una rebeca blanca no puede hacerme daño, pienso mientras bajamos.