sábado, 25 junio 2022. Sigo a una chica que camina muy rápido. Cruzamos un pueblo y un sendero por mitad del campo hasta llegar a otro pueblo. El pueblo está lleno de jipis vestidos de colorines. La chica entra en una casa muy destartalada de varias plantas. Pienso que quizá sea una tetería. La sigo escaleras arriba. Llego a una azotea con desniveles, como si fuera de verdad un prado, cubierta de césped falso. Aparece una cabra (a ratos es cabra, a ratos oveja) que no deja de embestirme. Me libro de ella y salgo de la casa. Me olvido de la chica. De nuevo en el pueblo (que ahora está completamente vacío), veo sobre el asfalto unos billetes junto a una caravana. En un principio me alegro, porque creo que solo son cinco euros, pero al ver que son más de cien intento buscar a su dueño. Pregunto en una farmacia si saben de quién es la caravana o si alguien les ha dicho que ha perdido dinero. De repente todo ha pasado de jipi a futurista. La farmacia es un espacio blanco con un cubo, también blanco, en el centro. El cubo tiene una ranura de veinte centímetros por donde hablo a la farmacéutica.