lunes, 24 abril 2023. Mi hermana llega tarde a clase. Le doy una carpeta enorme, le pregunto si lo lleva todo. Salimos de casa, le meto las llaves en el bolso. Me doy cuenta de que olvidé apagar la luz del pasillo y cerrar la puerta con llave pero no le digo nada. Al entrar en el ascensor ve algo en el carril de la puerta. Quiere salir, le digo que no es nada, un caramelo chupado. Se agarra a una barra, dice que tiene miedo, que por eso nunca sube o baja en ascensor, por si se descuelga. Le digo que no pasa nada, que cuando llegue a clase los niños se alegrarán de verla. Cuando llegamos al portal quien está conmigo es Alberto. El portero le dice que se ha roto una tubería y que habrá que esperar. Esperamos. Después de un buen rato, el portero se ha convertido en una chica muy andaluza (morena, con el pelo negro hacia atrás y un acento muy marcado). Nos dice que está de vacaciones pero puede ayudarnos, que ahora se va al gimnasio, pero después podemos llamarla y nos arregla la tubería. Empieza a decirme el número. Le digo que no voy a recordarlo. Hace un gesto de desprecio con la mano y se va. Alberto también se ha ido, no sé dónde. Me fijo en que llevo en la mano tres felicitaciones navideñas. Pienso que han llegado con varios meses de retraso y no sé si merece la pena responder. Me quedo en la acera sin saber qué hacer.