lunes, 22 mayo 2023. Llego a casa de mi abuela. En ese momento recuerdo que tenía que llevarles una manta. Mi abuela me dice entusiasmada que ya ha cambiado los muebles del dormitorio de sitio. No me atrevo a decirle que la he olvidado. Mientras me habla, pienso en si podría con ella o pesará mucho.
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Llego a un recinto donde, sobre el césped, han colado butacas blancas de plástico. Están tan ordenadas que al pasar entre ellas temo descolocarlas. Me siento junto a Alberto. Bajo una tarima, veo un pin del Málaga CF. Me meto entre las patas para cogerlo. Le falta el broche. Pienso que después se lo regalaré a Alberto y se pondrá contentísimo. Nada más volver a mi asiento, veo el broche brillar a lo lejos. Antes de que llegue una limpiadora (que está pasando una escoba por la hierba), vuelvo a meterme entre las patas y lo cojo. En ese momento aparece un chico extranjero con mochila, bufanda y gorro (se parece a Wally), mirando al suelo. Le pregunto si busca un pin. Asiente. Se lo doy (el pin ha cambiado y ahora es propaganda de un refresco). Me da la gracias e intenta entablar conversación. Me doy la vuelta y corro a mi asiento.
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Javi nos enseña su casa. Su casa es una azotea en dos plantas. Todo está muy desordenado. Incluso tiene aparcado el coche junto a la cama y junto a la cama una mesa de madera tosca llena de restos de comida y envases vacíos. En la azotea superior hay frigoríficos con las puertas de cristal y varios dispensadores de patatas fritas, helados y chocolatinas. Hay jamones colgados de la pared, grandes garrafas de aceite y agua mineral. Dentro del coche hay bolsas de supermercado con compra y cebollas sueltas. Me extraña mucho todo porque Javi es muy, pero que muy, ordenado. Pienso que quizá esté pasando por una depresión y no quiere decir nada para no preocuparme. Sin decir nada, recojo las cebollas del suelo del coche y las meto en un cesto. Javi me dice que no me preocupe, que le gusta su casa en modo bodegón barroco. Todavía le falta un poco, dice, pero pronto podremos hacer una fiesta.