viernes, 8 septiembre 2023. Estoy en casa de Salud (pero no es su casa, es un ático años 70 con terraza que da a uno tejado de tejas rojas vidriadas que me parece que están sueltas). Los hijos de Salud tampoco son sus hijos, son las hijas de Carmen. Por allí entran y salen personas (a unas las conozco y a otras no). Se supone que celebramos algo porque están poniendo una mesa muy larga y muy decorada. Me siento completamente sola, fuera de lugar y muy triste. Salgo a la terraza. Las cortinas son ligeras, muy bonitas, pienso que quizá son las que le vendrían bien a mi tía Mari. Me asomo con cuidado a la calle porque estamos en un piso muy alto. Las niñas me saludan y comienzan a escalar la fachada. Les grito que tengan cuidado, que las tejas están sueltas. Helena dice que no me preocupe, que cuando no puede agarrarse a nada, corre una barandilla con otra como si fuera un Tetris. Ves, dice y las barandillas cambian de lugar. No quiero ver cómo se caen (si se cayeran) y me tumbo a llorar en una cama enorme que hay en la terraza. Oigo que empiezan a llegar los invitados. Ana se acerca a saludar (hace mucho que no nos vemos). Le pregunto por su marido. Dice que aquello acabó mal, que convirtió su casa en un museo y una fundación, y ahora es completamente feliz. Después aparece el presentador Quique Peinado para avisar de que la mesa ya está puesta. Vaya, estabas aquí, a lo mejor estás triste porque todo el mundo viene a consolarte menos quien tú quieres que venga, dice. Pienso que tiene razón, pero no digo nada. Voy a la mesa con todos. Están mis primas, mi hermana y otras personas que no conozco. Quique Peinado sirve espaguetis a mi hermana. Parecen La dama y el vagabundo, pienso (siento envidia; además, no me pegan nada juntos porque ella no tiene sentido del humor). Mi prima Elisa canta canciones de anuncios antiguos (leche Puleva, Nocilla y cosas así). No recuerdo ninguna de esas canciones y eso que era mayor que tú, le digo. Le pregunto por qué no ha venido Andrés. No se encontraba bien, aunque en realidad no ha venido porque dos reuniones familiares seguidas eran demasiado para él, dice (también siento envidia por ser capaz de decir que no a las convenciones sociales). Veo que todos tienen vasos normales. A mí me han puesto vasos de cristal azul. Pienso que me tratan de otro modo porque saben que estoy mal. Eso me pone más triste todavía.