domingo, 5 enero 2025. Estoy en el hall de un hotel que parece acondicionado como una habitación. Todo está revuelto, los muebles colocados en desorden. Por ejemplo, hay una barra de bar con taburetes alrededor de una cama enorme. La barra también sirve de ducha. Alguien me mete prisa, dice que hay que salir ya. Busco mi ropa en varias maletas abiertas, pero no doy con ella. Me pongo un top tipo corsé y una falda vaquera que tuve hace más de veinte años. Todavía que me queda, pero con el corsé queda ordinaria. Se me ha olvidado ducharme, pienso. Tomo uno de los manguitos de la barra y lo meto por el corsé y bajo la falda. No moja. Me miro al espejo. Pienso que así no puedo salir. Finalmente me voy con el grupo, pero unos pasos atrás. Veo una tienda de cómics y entro. Oeste está pagando (va con alguien, Sonia o Begoña, no estoy segura). Me acerco, lo abrazo, me alegro muchísimo de verlo. Lleva el pelo largo (por mitad de la espalda). Le doy puñetazos cariñosos, le digo que no me había contado nada de su pelo ni de su nuevo look (un guardapolvos gris de mezclilla). Dice que me lo contó pero no me acordaré, que el pelo lo ha tenido mucho más largo durante todo este tiempo. Salimos de la tienda a la plaza de la Merced. Oeste desaparece. Todo está sucio como si hubiera habido un mercadillo. Yo llevo una silla roja de madera. No sé qué hago con ella. La dejo junto a un contenedor, doy unos pasos y la vuelvo a coger. Se la dejo a una chica de un puesto por si sabe de quién es.