domingo, 21 diciembre 2025. Voy en autobús. Momo (amigo del instituto al que no veo desde hace años) reparte entre los pasajeros tableros de ajedrez y bandejas. Algunos se quejan porque preferían lo contrario de lo que les ha tocado. A mi lado una pareja. Él me recuerda a alguien, me mira insistentemente, le pregunto si estaba en el instituto, dice que sí y se ríe. Le estrecho la cara y le digo que ahora sí lo reconozco, que era el delegado de clase. Dice, un poco azorado, que ha engordado mucho (en realidad se parece a mi profesor de estadística de la facultad). Por hablar de algo, le pregunto si todos los del autobús son amigos de Momo. Momo conoce a mucha gente, dice, a la única que no conoce es a mi novia. La novia me saluda, es japonesa y se está comiendo un dorayaki tamaño gigante. Antes de bajarnos su novia dice que necesita ir al servicio, pero no quiere ir al del autobús. Le digo que entre tranquilamente porque es muy amplio. Efectivamente es una habitación enorme, tiene hasta una mesa de comedor decorada con motivos navideños. Salimos y caminamos juntos. Pasamos junto a un hotel años 70. Una vez nos saludamos ahí, dice. Es un poco incómodo porque no sé de qué hablar con ellos.