caballos y colchones

miércoles, 30 enero 2013. Una piscina a oscuras. Sólo hay algunas bombillas encendidas e el fondo. En un extremo, más de diez caballos numerados. Llevan los números pintados en las capuchas que les cubren la cabeza. Al otro extremo hay colchones, que parecen recogidos de la basura, flotando. Enrique saca una pistola, dispara al aire y los caballos se lanzan al agua. Nado todo lo rápido que puedo, intento llegar a los colchones antes que los caballos.

ópera

sábado, 26 enero 2013. Luis señala un barco atracado junto a una acera. Mar no hay. Dice que tiene un sorpresa para mí. Aparece Cecilia Gallego, una compañera de colegio a quien no he vuelto a ver. La abrazo, le digo que sigo su carrera, que me alegro muchísimo de que le vaya tan bien. Luis se sorprende porque no sabía que la conociera. Cecilia dice que actuará esa misma noche y que vayamos a verla. Luis levanta la mano y se abanica dramáticamente con dos entradas para la ópera.

el peso del papel mojado

domingo, 20 enero 2013. Estoy en la playa esperando a alguien que debe salir del mar. El mar no es de agua, también es de arena. Tiene aspecto de arenas movedizas, no está quieto, va y viene a la orilla formando una espuma marrón con aspecto de crema de cacahuetes. Del agua salen unos buzos que más bien parecen astronautas, tiran del copo, aunque la red está llena de hojas arrancadas de libros. Les cuesta, pienso en el peso del papel mojado. Uno de los buzos me llama, se quita la escafandra y se sienta frente a mí, sobre la mesa hay alicates. Me gusta uno con puntas en forma de conos truncados. Le digo que siempre quise tener mi propia caja de herramientas. Dice que tenemos que comenzar con las pruebas. En el sueño consta que los buzos son eminentes psiquiatras que sólo hacen pruebas una vez al año y yo he tenido la suerte de que me atiendan. Cuando voy a comenzar, alguien se acerca por detrás y me dice que el Papa ha llegado. Se supone que el Papa sólo atiende una vez al año. Tengo que decidirme por el eminente psiquiatra de los alicates o por el Papa. Me levanto y me voy. El Papa mira el mar de arena con extrañeza. No lo comprendo, dice. Yo no comprendo que él, siendo quien es, no comprenda algo tan simple. Me da la mano, quiere que le explique algunas cosas. Señala unas hamacas vacías. Son para tomar el sol. Caminamos de la mano, señala una taza sobre una mesa. Es café, le digo. Definitivamente, pienso, tenía que haberme quedado con el psiquiatra de los alicates, pienso.

el jersey de los niños perdidos

martes, 8 enero 2013. Entro en un bar. Junto a una mesa se arremolina gente. Meto la cabeza entre ellos par ver qué pasa. Manuel y dos chicas le quitan bolillas de lana al jersey que suelo usar para estar en casa, conocido familiarmente como "el jersey de los niños perdidos". Tened cuidado, ¡lo tejí yo misma hace 25 años!, les digo. No me hacen caso, no me oyen, y el jersey tiene ya varios agujeros que no sé cómo arreglaré después.

perro de agua

lunes, 7 enero 2013. Me meto en la cama con una bolsa de agua caliente que coloco entre los pies. De repente noto que me muerden con fuerza los pies y las piernas. La bolsa de agua se ha convertido en un perro y no puedo librarme de sus dentelladas.

de madera

domingo, 6 enero 2013. Estoy dentro de una caja. No es una caja hermética, es más bien de las que se usan para guardar fruta, hecha con tablones de madera blanda y clara. Aun así, no puedo romperlos y salir. Por el espacio que hay entre un tablón y otro puedo ver a alguien con una sierra de carpintero. Me extraña no oír el sonido que suele hacer la madera al ser serrada. Como si esa persona pudiera saber lo que estoy pensando, me responde: No es madera, es tu corazón. En ese momento siento un dolor inmenso en el pecho.

trece dedos

jueves, 3 enero 2013. Mi cuñada está fregando unos platos en la cocina. Me acerco a ayudarla. Noto un dolor enorme en el brazo, el húmero se dobla por la mitad y sale un brote de rama con espinas que empieza a enredárseme en la muñeca y en la mano. Corro a enseñárselo a Alberto porque pienso que si lo ve no me creerá. Alberto me pregunta si me duele. Ya no. El brote se desenreda, entra de nuevo en la carne y el brazo vuelve a ser recto. Me miro la mano, parece un abanico. Lo malo es que ahora tengo trece dedos, le digo. Eso te pasa por fregar con agua fría, dice Alberto.

pulseras robadas

miércoles, 2 enero 2013. Paseo con Joan. Se fija en unas pulseras que llevo puestas. Es la primera vez que las veo, le digo asombrada. Intento quitármelas pero no tienen cierre. Una de ellas tiene una inscripción en un idioma que no reconocemos. Joan dice que será mejor preguntar a un experto, y sale corriendo. Me veo en el centro de una sala muy blanca donde se exponen de joyas antiguas. Algunas se parecen a mis pulseras. temo que, ya que no son mías, piensen que las he robado. Intento llamar a Joan, pero cada vez que marco los números saltan y siempre descuelga otra persona.

vonnegut y la piñata humana

martes, 1 enero 2013. Estoy en un jardín que a ratos se convierte en una sala de estar con vitrinas repletas de caballitos de cristal. Al fondo del jardín, en una especie de establo, puedo ver a Vonnegut metido en la cama. Le pregunto a un chico, que se supone es su hijo, si puedo acercarme a decirle algo. Me detiene levantando un brazo, como si fuera guardia de tráfico. Dice que su padre ha perdido la cabeza, que se pasa el día en la cama hablando solo, que los últimos libros que se han publicado ni siquiera los ha escrito él. Comienza a llover y unos niños se refugian bajo un columpio con sombrilla de cañizo. De repente avanzo a cuatro patas por una galería de tubos blancos que empieza a estrecharse cada vez más, resbalo, caigo a un patio y me estrello en el suelo. Puedo ver, pero no puedo moverme ni hablar. Un tipo llega con un carrito de chucherías. Al parecer se dedica a recoger cuerpos de las calles, rellenarlos de chucherías y a venderlos como piñatas. Noto como me abre, me rellena de caramelos y juguetes de plástico y me cose. Confío en que pronto sea el cumpleaños de Vonnegut y su hijo me lleve a casa. Así sucede. Estoy colgada del cañizo y los niños de antes van a golpearme con un palo para que los caramelos caigan.