domingo, 20 enero 2013. Estoy en la playa esperando a alguien que debe salir del mar. El mar no es de agua, también es de arena. Tiene aspecto de arenas movedizas, no está quieto, va y viene a la orilla formando una espuma marrón con aspecto de crema de cacahuetes. Del agua salen unos buzos que más bien parecen astronautas, tiran del copo, aunque la red está llena de hojas arrancadas de libros. Les cuesta, pienso en el peso del papel mojado. Uno de los buzos me llama, se quita la escafandra y se sienta frente a mí, sobre la mesa hay alicates. Me gusta uno con puntas en forma de conos truncados. Le digo que siempre quise tener mi propia caja de herramientas. Dice que tenemos que comenzar con las pruebas. En el sueño consta que los buzos son eminentes psiquiatras que sólo hacen pruebas una vez al año y yo he tenido la suerte de que me atiendan. Cuando voy a comenzar, alguien se acerca por detrás y me dice que el Papa ha llegado. Se supone que el Papa sólo atiende una vez al año. Tengo que decidirme por el eminente psiquiatra de los alicates o por el Papa. Me levanto y me voy. El Papa mira el mar de arena con extrañeza. No lo comprendo, dice. Yo no comprendo que él, siendo quien es, no comprenda algo tan simple. Me da la mano, quiere que le explique algunas cosas. Señala unas hamacas vacías. Son para tomar el sol. Caminamos de la mano, señala una taza sobre una mesa. Es café, le digo. Definitivamente, pienso, tenía que haberme quedado con el psiquiatra de los alicates, pienso.