viernes, 13 diciembre 2013. Al llegar a mi antigua casa, veo una mancha que cae por la pared desde el último piso hasta la acera y forma un charco. No parece agua, pero tampoco es aceite. Al entrar al portal encuentro a una vecina vacunando a todo el que quiere subir en ascensor. Si no te vacunas, no subes, me dice. Decido marcharme. Abro el buzón y recojo algunas de mis cosas además del correo. Al salir veo que el C2 está a punto de salir, corro y entro al vuelo. Hay sillas sin ordenar, incluso al fondo del bus hay una mesa de formica. Dejo mis cosas sobre la mesa y me siento. Se acerca Max von Sidow sonriente. Nos saludamos como si fuéramos amigos que no se ven desde hace mucho. Se sienta frente a mí, no me suelta las manos mientras me habla. Me pregunta si me gustó lo que escribió. Le digo que era precioso. El mérito es de los traductores, dice. Sus manos están calientes y son enormes. Su cara está bronceada y parece recién afeitada, tengo ganas de tocársela. No dejamos de mirarnos ni de tocarnos las manos. Me siento completamente feliz.