lunes, 11 abril 2016. Estamos en una habitación de hotel. Me extraña que esté desordenada porque suelo ser muy cuidadosa. A los pies de la cama veo dos pares de zapatos idénticos: manoletinas rojas. Las coloco paralelas bajo la ventana. Rápido, tenemos que cambiar de habitación, ya he llevado nuestras cosas, dice Alberto. cruzamos pasillos con paredes enmoquetadas muy cutres donde la gente charla como si fueran vecinos de toda la vida. Pasamos por unos baños comunitarios con pozas de agua caliente donde mujeres muy gordas están bañando a sus niños.
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A Rosamari, una niña del colegio a la que no veo hace años, se le ha roto un collar o se le ha volcado un joyero. Hay un montón de cuentas, pendientes y baratijas en el suelo. Dice que aún quedan más arriba. Arriba significa un armario que parece hecho con cajas viejas de madera. Le ayudo a recogerlo todo. De repente me doy cuenta de que el armario está más alto de la cuenta, unos 20 metros si miro hacia el suelo. Comienza un leve vaivén. Me cuelgo de los dedos para quedar algo más cerca del suelo y me dejo caer deslizándome por una de las paredes. Al llegar abajo, mi padre le dice a mi madre que quiere que le hagan más pruebas. Una cada día, recalca. Mi madre dice que se entretenga viendo el Mundial. Los observo discutir desde lejos, mientras sigo ordenando cuentas de colores sobre la mesa.