martes, 8 agosto 2017. Ordeno la que se supone que es mi casa (aunque no se parece en nada). Desde las ventanas de la otra acera, me miran varias vecinas. Me fijo en que no llevo camiseta. Las oigo hablar con la voz engolada de moralidad, de enfermedades. Dicen mal algunas palabras. De repente, estamos en dos sofás enfrentados en una especie de plató. La presentadora nos anima a discutir. La vecina habla sin parar. No sé qué dice. Cuando llega mi turno le digo que debería leer el diccionario, que al cabo de un año igual aprendía a hablar. Mientras, su hija desordena una estantería llena de cosméticos. El plató se ha convertido en un comedor. Aparecen varios amigos a los que hace tiempo que no veo. Begoña y Chapi llegan juntos. Se supone que van a operarme al día siguiente. Dicen que han venido para estar apoyarme. Respondo que sólo me pondrán una lente, pero me alegro mucho de verlos. El plató-restaurante se ha llenado de amigos (Antonio, Javier, Salvador), charlan unos con otros. Mesa Toré dice algo muy gracioso sobre ser de letras, todos ríen. Deberíamos irnos, les digo. Vuelvo a colocar todo en su sitio. Llega un grupo de comensales, Se sientan alrededor de la mesa. Un niño pregunta si habrá mayonesa y si llevará ajo. Le digo que habrá de todo, que va a encantarle porque del postre salen mariposas. Mientras hablo, su abuelo me coloca en el ojo un vaso de chupito a modo de catalejo. Me despido. Al salir reconozco a Stella (una niña del colegio a la que hace 40 años que no veo), va muy maquillada. ¡Qué joven estás!, digo mientras le paso el dorso de la mano por la mejilla. Ella no dice nada, me mira como si yo estuviera loca.