miércoles, 30 agosto 2017. Alberto y yo acompañamos a Alejandro a un casting para una película. Es en un jardín muy descuidado. Hay algunos charcos y una fila de chicas muy jóvenes pegadas a la pared. Parecen inseguras, no se las ve contentas, más bien asustadas. Alguien me pregunta cómo me llamo y me apunta en una lista. No soy capaz de decirle que sólo vengo acompañando a mi amigo. Van llamando de uno en uno a los aspirantes. Los hace improvisar sobre un hidropedal. Hay público emocionado sentado en sillas de tijera. Cuando te toque, inventa algo triste porque el papel es dramático, me dice Alberto. Alejandro me presta un polo blanco que me pongo sobre la camiseta negra. Me toca. El director parece amable, me pregunta de dónde soy. Me dice que fue muy feliz en Málaga, que fue un tiempo redondo. Sí, en Málaga hay muchas curvas, le digo. Se ríe exageradamente, como si le hubiera contado un chiste buenísimo. Mientras se ríe, aprovecho para inventar una historia. Pienso que les diré que me llamo Helena, con hache. Que siempre pensé que mis padres añadieron esa hache para que yo tuviera el superpoder de la invisibilidad. Si añades a una palabra una hache muda es como ponerte una capa que te hace invisible. El hombre deja de reírse, me mira, el público no pestañea. Debo empezar a hablar.