viernes, 15 junio 2018. El suelo del comedor de la casa de mis padres está lleno de cápsulas de levadura de cerveza. Mi padre le dice a mi hermana que barra antes de irse. Responde que tiene mucha prisa, pero todavía pasa un rato delante del espejo del cuarto de baño. Barro. Bajo un sillón hay un plato con restos de comida. Pienso que quizá mi madre se lo ha guardado para la cena, así que lo dejo donde está. Sobre la mesa hay platos sucios revueltos con relojes de bolsillo y el pijama nuevo que le llevé a mi padre. Se queja de que no le han arreglado algo bien y tendrá que volver. Pregunto si es verdad que ha salido solo, pero nadie responde. Mi padre me pregunta si sé dónde venden una piedra que se llame Unamuno. Le digo que si quiere le llevo una piedra y que él le ponga el nombre que quiera. Friego todos los platos sobre la misma mesa, no sé de dónde sale el agua ni a dónde va a parar, pero no mojo nada y termino muy rápido. Recuerdo que Alberto está solo en casa y no sé si habrá comido. Camino con mi hermana por Capuchinos. Veo un perro marrón lanudo muy serio y otro negro más grande que se acerca a provocarlo. Mira, el perro negro parece una llama, le digo a mi hermana. No lo mira, cruza, dice que va a gastarse la quiniela que acaba de acertar, y se despide agitándola como si fuera un pañuelo.