maizena

lunes, 13 agosto 2018. Una chica japonesa monísima, con la piel muy blanca y ninguna arruga, dice que quiere operarse. Se suceden imágenes de la operación como en una pesadilla (le ensanchan la nariz, le recolocan los ojos hasta que le aparecen bolsas, le ponen prótesis en la mandíbula, etc). El resultado es un chico barbudo con cara de asesino.
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Llego a casa de mi abuela. La cancela es una jaula. Dentro hay tres niños que parecen ingleses. La madre me dice desde su autocarabana que tenga cuidado, que no se me escapen. Entro al jardín. Ella me sigue con el más pequeño de la mano. Al llegar al comedor, una de mis tías está cenando con mis primas (son dos niñas). Todo me parece un decorado. Han cambiado los cuadros por fotos enmarcadas. La inglesa dice que su niño quiere hacer pipí y bombones (supongo que es un eufemismo para hacer caca). Mientras el niño entra al cuarto de baño, ella va a la cocina. Dice que huele a Maizena y que le gustaría tomar una. Pienso que nos ha tomado por un restaurante. Cuando mi prima Elisa (que se ha hecho mayor de repente) va a preparársela, la inglesa dice que la que ella tomaba era "sabor té". Mi prima, sorprendentemente, encuentra una caja. Bajo las hornillas hay un listado de libros que el fuego puede leer. Elisa le da a elegir. La inglesa no sabe. Elige a Mrozec que es muy divertido, le digo. Yo también cenaba Maizena de niña, les digo. Ni caso, actúan como si yo no estuviera. Me fijo en que la cocina también ha cambiado. dentro del frigorífico hay una ducha.
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Mi madre dice que hay que pasear al perro. No sé a qué perro se refiere. me pone un pendrive en la mano. Si tiras de la correa, sale el perro, y procura no decir tu nombre porque el perro cree que vas a sacarlo a pasear y se pone muy nervioso. Miro el pen en la palma de mi mano. "Isabel", digo en alto. El pen da saltos, lo oigo ladrar.