viernes, 7 septiembre 2018. Llegamos a un ascensor. Junto a la puerta hay un cable de oro que, se supone, lleva allí enrollado un tiempo. Le digo a Alberto que necesito un trozo para hacerme anillo. Lo corta con facilidad y me lo da. Llega una familia: una mujer mayor con un bebé, su hijo grande simplón y el abuelo en silla de ruedas. El ascensor es enorme con paredes de cristal, cabemos todos (silla de ruedas y cochecito de bebé incluidos) y sobra sitio. La mujer me cuenta que el bebé es de su otro hijo, casado con una japonesa de nombre raro, por eso ella le llama "blablabla". El hijo simplón, que tendrá mi edad, dice que acaba de llegar de un campamento donde no lo han tratado muy bien. No sé qué me cuenta sobre todo el dinero que ha pagado, y total para que le obligaran a vestirse con uniforme. De repente estoy en una terraza sin barandilla. Una la señora de antes, ahora es joven y me habla desde la calle. Me tumbo en el suelo para no caer y asomo la cabeza para oírla mejor. Dice que le explique cuál es el secreto de las parejas. Nadie cambia, le digo resumiendo. La señora asiente. Reaparece ella misma de mayor con el bebé japonés en brazos y se sienta a mi lado en el suelo.