lunes, 30 diciembre 2019. Miro mi escritorio (que no es el mío) y me parece muy fotogénico. Cuando mi padre ve que voy a por la cámara para hacerle un una foto, mi padre la coge antes que yo y comienza a estudiarla muy cerca de la cara. Qué ridículo, pienso. Mi madre se acerca y nos reímos de él a escondidas. ¿Qué os pasa?, pregunta. Nada, estamos jugando al bicho canasto, le digo y nos tiramos al suelo muertas de la risa haciéndonos una bola. Me vuelvo a mi cuarto (que tampoco es el mío). Ahora el cuarto parece un decorado. El escritorio ha desaparecido. Hay pósteres y armas en las paredes. Andrés está en el centro con el gesto dulce y orgulloso de quien piensa que ha hecho un buen trabajo. Aunque no me gusta nada el resultado, pienso que ha decorado la habitación para mí. No le digo nada, lo abrazo.
táblet acolchada
viernes, 28 diciembre 2019. Llego a casa (es distinta a la mía) y entro directamente a ducharme. En el cuarto de baño hay un sillón, un armario y hasta una mesa camilla. Mi padre, desde el sillón, dice que esa noche ponen en la tele una película que debe ver mi madre. Me extraña su repentino interés por lo que pueda interesarle a mi madre. Mientras habla, "enciendo" la ducha desde una táblet acolchada y pienso que me gustaban más las cosas cuando no había tecnología de por medio. Mi padre sigue hablando. Dice que mi abuela ya ha visto la película y le ha gustado mucho. Pienso dos cosas: una, que quien quiere ver esa película es él; dos, que miente muy mal porque mi abuela lleva muerta un montón de años.
el payaso
jueves, 26 diciembre 2019. Clase de inglés en un centro comercial. Espero en un hall enorme mientras la gente no deja de pasar cargada de compras. Un tipo muy pequeño vestido de payaso, mira a su alrededor y dice con drama de payaso: ¿No ha venido ningún alumno? Yo levanto la mano. El payaso dice Oh, con drama de payaso y añade que merezco ver su auténtica cara. Saca un pañuelo y se borra la pintura roja de la nariz.
+
A Chivite le dan un premio al mejor director de cine del mundo. Estoy en lo alto de un monte y lo veo a lo lejos, en unos jardines, dando entrevistas. Intento bajar para felicitarlo, pero el monte no se acaba nunca y cuanto más avanzo más vertical se pone.
amigo
domingo, 22 diciembre 2019. Salgo de una especie de sótano por una rampa muy ancha. Hay tanta gente que temo que me aplasten. Alguien me da la mano y me acerca a su lado. Es Ibán. Su mano es muy blanca y suave, los dedos muy largos. Salimos a un paisaje nevado. Otro chico, con el pelo tipo afro, dice que me abrigue, que el aire se Suiza es muy traicionero. Tienes que ver algo, dice Ibán. Escalamos un muro de hielo y piedra. Cuando estoy a punto de caer, despierto. Estoy sentada en un escalón. Ibán está a mi lado, hombro con hombro. ¿Tienes algún amigo que se llame Quim?, le digo. No. Pues vas a tenerlo.
libros
sábado, 21 diciembre 2019. Llego con prisa al que era mi cuarto en la casa de mis padres. Los muebles son otros. Donde estaba mi cama hay un escritorio y una silla. Me siento y me recuerda a otra silla que tuve. Estoy tan a gusto que, aunque tengo ganas de orinar, no me levanto para ir al cuarto de baño. Como la silla es de madera los orines resbalan hasta el suelo. Para empapar el charco uso mis libros de poemas.
la pregunta
jueves, 19 diciembre 2019. Hay una especie de verbena, pero en vez de en una plaza, en una habitación con paredes mal encaladas. Mi madre dice de repente: ¿Qué le preguntarías a Beckett si pudieras que entrevistarlo? Después de pensar un rato, le digo que no se me ocurre nada. ¿No le preguntarías por qué no se suicidó?, dice.
destino londres
miércoles, 18 diciembre 2019. Tengo todo preparado para irme al aeropuerto. Al despedirme de mi madre, dice que no olvide el móvil. Lo busco, no lo veo. Estamos en una casa que nunca he visto. Entro en habitaciones sin saber lo que hay detrás de la puerta. En una de ellas un cuadro de baño donde dentro del váter hay trapos manchados de sangre. También hay sangre por las paredes y en el suelo. Pregunto qué ha pasado, pero nadie dice nada. Mi hermana, con los brazos cruzados, desde la terraza, dice que quizá alguien que estuvo de visita se llevó mi móvil porque igual a todos. No comprendo cómo lo dice tan tranquila. Miro el reloj. Son las 14.50. He perdido el tren, el próximo es a y diez y el avión sale a las 15.30. Nada, no me da tiempo, le digo a mi madre. Me echo a llorar desconsoladamente. Mi madre dice que no me preocupe, que mi padre y ella salen en el avión de las 18.30 y mi padre ha decidido ir en camiseta y bermudas. Lloro aún más. Decido irme de todos modos y me doy cuenta de que voy descalza. Me da igual, pienso, no pienso salir del hotel porque voy a pasarme el día llorando. Corro a la calle, hay varios autobuses parados (de esos que llevan acordeón en el centro) intentando dar la vuelta en la plaza de los monos. Le hago una seña con la mano a uno de ellos para que me deje cruzar. No me ve. Mientras estoy cruzando debo tumbarme sobre el asfalto para que no me atropelle. De esta no salgo viva, pienso.
cigalas
sábado, 14 diciembre 2019. Se supone que estamos en un restaurante, pero es mi casa. No conozco a nadie. Noto que piden con prudencia, mirando los precios. Me siento a comer con ellos por no hacerles un feo. Cuando ya hemos terminado y van a traer los postres, un padre y su hijo piden una fuente de cigalas y las comen a escondidas, casi debajo de la mesa, para no compartirlas. Un chico, que se parece mucho a Pablo Aranda, se levanta indignado y dice que ellos deberían pagar más cuando hagamos las cuentas. El hombre y su hijo se levantan ofendidísimos y dicen que no pagarán nada, ni poco ni mucho, porque nadie les dijo que tuvieran que llevar dinero, ni sabían el menú. Subimos por subir, dice el padre. Se supone que son vecinos. Salen de casa se meten en el ascensor. Los sigo escaleras abajo. El ascensor me lleva a un rellano a oscuras, que he visto ya en otros sueños, y me da muy mala espina. Camino hacia atrás sin dejar de mirar las puertas.
restos de pizza
viernes, 13 diciembre 2019. Salgo a toda prisa de la casa de mis padres. Mi prima Elisa me ofrece unos restos de pizza. Dudo si llevarme uno para comerlo en el ascensor, pero son demasiado grandes y no quiero ir comiendo por la calle. Al entrar en el ascensor noto que hace un ruido raro. Verás que me va a pasar con en otros sueños, pienso, que el ascensor no deja de bajar. Efectivamente, empieza a coger velocidad. Intento concentrarme para cuando pase por el bajo, dar un fuerte empujón a la puerta. Nada, no tengo fuerza en los brazos y es ascensor sigue bajando. Miro el lugar donde deberían estar los botones y no hay nada.
perfume
jueves, 12 diciembre 2019. Estoy hundida en un puff, esperando a que comience una lectura de poemas. Alguien pasa a mi lado y deja una dulce estela de perfume. Levanto la vista. Es Irazoki. Nos abrazamos. Lloro de felicidad al verlo.
mi turno
martes, 10 diciembre 2019. Llego a la puerta de un cine que más bien parece un hangar. Hay una rampa para llegar a las taquillas. Hay muchísima gente. Alberto dice que no quiere hacer cola y prefiere dar un paseo. Me quedo. La cola va mucho más rápido de lo que se podría pensar y casi es mi turno. No sé si llevo dinero. Veo que llevo el monedero de seda rosa. No consigo abrirlo pero al tacto parece vacío. Miro hacia atrás varias veces, pero Alberto no llega. Cuando al fin es mi turno, la chica me da dos invitaciones. Al leer en mi cara que no tengo dinero, me dice: Son gratis. Le digo que yo quería ver otra película. Las retira del mostrador. No quedan, dice. Y sin mirarme dice con voz mecánica: Siguiente.
avanzar
sábado, 7 diciembre 2019. Camino con Salud por un camino de barro que hace de acera en una playa. El camino tiene, cada dos metros, un charco. Salud mete el pie en cada uno antes de seguir avanzando. Este sí, este no. Si dice sí, lo atravesamos; si dice no, lo bordeamos. Se está haciendo de noche, le digo. Sólo un poco más, dice Salud mientras atraviesa un charco color rojo que ya le llega a la cintura.
no lugares
jueves, 5 diciembre 2019. Estoy en ese edificio enorme y gris (con el que soñado otras veces) a las afueras de una ciudad que parece nórdica. Un señor me recoge en su coche. Pasamos por zonas donde solo hay un edificio en mitad de la nada. Aquí los barrios son así y las distancias enormes, se disculpa. Le digo que no se preocupe, que me gusta mucho todo lo que veo.
+
He ido a cenar a casa de una pareja que no conozco. No sé qué hago allí. Al entrar me doy cuenta de que es mi casa (o lo fue). Miro a mi alrededor. Todo está roto y descuidado. El pasillo dónde está el mueble zapatero está lleno de cacas de perro. Intento no pisarlas hasta llegar al cuarto del fondo, que ahora es una terraza. La mesa es un cajón sin mantel y la comida está servida directamente en tuppers. Quiero largarme de allí.
masip de gelatina
miércoles, 4 diciembre 2019. Me encuentro a un tipo y a su hijo por la calle. Se supone que nos conocemos pero hace mucho que no nos veíamos. Mientras caminamos, saca un cigarrillo y su hijo otro. Le cuento al niño que jamás he fumado, ni cuando las niñas de clase me presionaban. No deberías fumar con 15 años, digo. Tengo 11, dice. Su padre no dice nada. Llegamos a un bufet libre (se supone que hemos quedado allí con otros amigos). Todas las esas están ocupadas por grupos de ingleses que nos miran con mala cara. En el centro del salón hay un hueco desde el que se ven otros salones también llenos. En el de abajo sólo sirven pizza y hay que pagarlas. El amigo ve a su hijo pedir pizza y baja corriendo a por él muy enfadado. Veo llegar a Tres amigos. Están muy borrachos, bajan la escalera a trompicones. Uno de ellos es Masip, que cae de bruces. Intento ayudarle. No me toquéis que podéis hacerme daño, dice y se convierte en un muñeco de gelatina, del tamaño de un dedo, que se deshace si lo tocas. La gente no deja de entrar y temo que lo pisen. Intento levantarlo metiendo un papel entre el muñeco y el suelo, pero la gelatina comienza a convertirse en charco, y las piernas y brazos a separarse del tronco. Hago lo que puedo, lo coloco en la palma de mi mano. Le soplo, le ruego que no se deshaga.
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