martes, 31 marzo 2020. Entro al salón y Alberto ha unido los dos sillones (quitándoles un brazo a cada uno) para que parezcan un sofá. Está tan ilusionado con su invento, que no le digo nada.
en obras
domingo, 29 marzo 2020. Mi padre es joven y fuerte de nuevo y ha hecho obra en toda la casa. Ha tirado tabiques y distribuido en otro orden las habitaciones. Donde antes estaba el cuarto de baño, ahora hay una habitación para un bebé con estanterías llenas de juguetes. Las estanterías también las ha fabricado él. Ha cambiado los muebles de cocina por módulos que parecen jaulas. Está rara, parece una tienda de todo a cien, pero no digo nada, lo animo. En otra habitación ha puesto cuatro colchonetas en el suelo para durmamos mis primas, mi hermana y yo. Una de mis primas me cuenta que es muy desgraciada. Mientras, habla, me fijo en que tiene la piel completamente quemada por el sol. Cuando termina de hablar le digo: la única manera de llevarse bien es no siendo dramáticos.
el bar del perro
sábado, 28 marzo 2020. Espero a la entrada de un bar. Está hasta arriba. Mientras, le regaño a una niña (que se parece mucho a mi hermana), por estar todo el día pegada al móvil. Entramos. Las mesas están muy juntas. Cada dos minutos pasa un perro enrome entre el hueco que queda entra las mesas y se frota en las piernas de una pareja muy cursi. Aguanto la risa. Una señora muy mayor, igualita a Pauline Kael, se ríe a carcajadas. Nos llevaríamos bien, pienso.
raíces
lunes, 23 marzo 2020. Pasmos por delante de un caserón abandonado. En el jardín hay dos árboles, uno enorme y frondoso, y otro completamente seco con forma de garra. Le explico a una pareja de extranjeros y sus tres hijos que el seco no es un verdadero árbol, son las raíces del otro, que han salido de la tierra. La mujer quiere entrar. Alberto y ella se suben a la verja para colarse. Les digo que aunque esté abandonada, ahora hacen visitas guiadas y cobran una entrada. Si os pillan tendría que vivir con este (señalo al extranjero) y viste muy mal (lleva un pantalón de cuadros por la rodilla y un chaleco lleno de bolsillos).
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Al llegar a casa me encuentro a varios vecinos. Como no quieren subir juntos en el ascensor por culpa del virus, se apelotonan en el portal. Sólo Sandra, la vecina del segundo, lleva mascarilla.
entrada
sábado, 21 marzo 2020. He quedado con mis padres. Abro el armario y es una pequeña terraza acristalada. Saco la ropa y pongo dos cojines. Este será mi rincón, me digo feliz. A la entrada del cuarto de baño hay una chica que me entrega una llave (esto, en el sueño, me parece de lo más normal). Elige la que quieras. Parece que han convertido la casa en un hotel. Las habitaciones no están a lo largo de un pasillo sino en una especie de laberinto, como si hubieran aprovechado la distribución del piso. Entro en una, la cama está deshecha y parece que hay alguien duchándose. Salgo con cuidado y se lo digo a la chica. Elige otra. Prefiero marcharme sin duchar. Me miro en un espejo y veo que llevo un vestido de punto plateado años 60. Bailo un poco para ver qué tal me queda. Me pongo un cinturón. Pruebo a ponerme otro igual sobre el pecho para que parezca que estoy plana. Oigo a mi madre que dice a lo lejos: ¡Te estamos esperando!
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Voy hacia un estadio de fútbol, parece que es un gran partido. Muchos padres con sus hijos y todos con sus bufandas, camisetas y hasta bubucelas. Llevo a un niño de la mano. Sólo tengo una entrada y un papelito medio roto que pone con mala letra "Entrada". El portero, que va vestido de sacerdote, me habla en inglés. Dice que el papelito debo canjearlo en taquilla. Cuando estoy a punto de marcharme oigo que se le escapa un deje andaluz. ¡Tú eres más andaluz que yo!, le digo. No se lo digas a nadie, por favor. Toma mi papelito y nos deja entrar.
mi vaso
jueves, 19 marzo 2020. Restaurante algo destartalado con mesas enormes donde tardan en servir. Los manteles llegan hasta el suelo o están mal colocados, pienso. Estoy sentada entre dos personas que no conozco. Pienso que mi asiento era más allá porque mi vaso está a unos metros. Alguien me lo pone delante. No bebo por si no era el mío. No comemos, sólo esperamos. La chica que salía en la película que vi anoche, La caótica vida de Nada Kadic, actúa para nosotros (mitad danza, mitad mimo). Después todos aplauden se levantan. Se reparten en los coches. Cuando voy a entrar en uno, la chica de la película se cuela. Todos se van. Espero junto a las mesas. Suena un teléfono. Me comunican que ha habido un accidente y los que iban en el coche que yo iba a coger han muerto.
cal
lunes, 16 marzo 2020. Alberto y yo nos hemos metido a investigar una residencia de ancianos. Pasamos por salas y pasillos casi como si fuéramos invisibles. Esto no es lo que enseñaban en la tele, dice Alberto. Yo le digo que no hable, que camine sin llamar la atención. Llegamos al final, pero la puerta está cerrada, temo que nos pillen. Hay una puerta de madera muy sucia, la empujo y llegamos a una sala enorme en obras con montones de cal, tierra y cemento. Levanto una tabla, pero detrás sólo hay un pequeño agujero por el que no quepo. Alguien desde fuera abre una puerta oculta que da a la calle. Es un guarda jurado regordete muy amable. ¿Podemos salir por aquí? Pasen, pasen, responde sonriente. Una vez a salvo en la calle me sacudo la cal de la ropa y le digo a Alberto que seguro que el vigilante era vasco, si no, nos hubiese denunciado.
una copa
domingo, 15 marzo 2020. Estoy en la barra en curva de un bar. Es un arco de madera muy pulida, me gusta el tacto, pongo las palmas de las manos abiertas para notarla mejor. Desde mi extremo, veo a Oeste que mira su copa. Una copa, pienso, no me lo esperaba. Yo tengo delante un vaso de Duralex enorme. Escribo algo en un trocito de cartón y se lo enseño disimuladamente, pero no me mira. Doy golpecitos sobre la barra para que mire hacia mí. Nada. Sólo veo cómo mira vibrar el líquido de su copa.
de tacones, maletas y toboganes
sábado, 14 marzo 2020. Estoy escribiendo en el ordenador. Llaman a la puerta. Sigo a lo mío. De repente se abre y entran varias chicas con shorts y tacones arrastrando sus maletas. Miran el piso calibrándolo. No está mal, dice una. ¿Y la terraza?, pregunta otra. Ya os podéis largar, les digo, me estáis rayando el parqué con tanto tacón y tanta maleta. Las empujo fuera, se quejan, dicen que han alquilado el piso para vacaciones.
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Un tipo me sigue por calle María. Calle María se va convirtiendo en una cuesta empinadísima que acaba en una especie de laberinto por el que lanzarse, tipo los toboganes de un parque acuático. Una señora que barre la puerta de su casa le dice al tipo que me deje en paz, que de dónde ha salido y cómo se llama. Le pone la escoba a modo de parapeto. Aprovecho para lanzarme por el laberinto-tobogán. Pero el tipo empuja a la señora y consigue lanzarse detrás de mí. Mientras bajo a toda velocidad me olvido del tipo y pienso en esa señora, y en que no me conoce de nada. Qué maravilla que todavía queden personas así, me digo.
a oscuras
martes, 10 marzo 2020. Salgo de casa. El rellano está a oscuras. La vecina se ha dejado la puerta abierta. Puedo ver su casa a contraluz y como una de sus gatas viene hacia mí. Le acaricio la cabeza y el lomo. Me parece mucho más áspero que otras veces. Veo la silueta de la vecina en su puerta. ¡Deja en paz a mi abuelo!, grita.
público
domingo, 8 marzo 2020. Parece un bar. Estoy a la mesa con mi tía Paqui y mi tío Juan (que murieron). Llega mi sobrino Abel. Todo es muy blanco (paredes, mesa, luz) y estamos muy callados. Pienso que han "vuelto" por un rato para conocer a su nieto. Les cuento lo divertido e inteligente que es. Nadie nos sirve nada. Solo hablamos, todos con la misma postura: muy rectos con las palmas de las manos sobre el mantel de papel. Mi tía parece muy feliz.
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Oeste tiene que inaugurar un acto. Habla desde un salón. Yo estoy en el jardín. Han abierto un toldo que no me permite ver ni oír nada. Intento bajar, pero la escalera está llena de periodistas con enormes cámaras que me impiden el paso. Temo que se vaya y no poder saludarlo de lejos siquiera.
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Estoy en la casa de mis padres. Al correr la cortina veo que en todas las terrazas hay un montón de personas mirando hacia nuestra casa. Hay tanta gente que algunos están sentados en el suelo y les cuelgan las piernas. Pienso que alguien habrá colocado una pantalla en nuestra fachada y están viendo un partido, o algo así. Se les ve muy felices. Algunos llevan traje y corbata. En un momento determinado todos brindan con copas altas de champán. Y desaparecen. En las terrazas solo quedan camisas y corbatas amontonadas en el suelo.
psicosis
martes, 3 marzo 2020. Estoy esperando algo/alguien en la acera, apoyada en una barandilla de rayas roja y blanca. Una chica en patinete frena y me pregunta si ya ha sido la lectura. Sé que pregunta por mi lectura pero me da vergüenza decirle que soy yo. Le digo que se ha anulado porque todo está vacío, la sala, el centro comercial y las calles. Las dos miramos la calle como si fuera la primera vez que las vemos. Hay que irse, dice. Tira el patinete y corre. Corro tras ella. Un chico y un niño nos llaman desde un hueco en un muro. El hueco tiene forma de puerta pero no hay puerta. La imagen se ve desde arriba: es una habitación perfectamente cuadrada sin techo, con dos huecos sin puerta y el suelo de tierra. Tenemos que esperar, dice el chico. Tenemos que huir, dice la chica. Salimos por el otro hueco y llegamos a una habitación "blanda" donde sólo hay una salida: un agujero pequeño por donde no creo que quepamos. Todos salen porque el agujero también es blando. Temo que mis hombros no quepan, así que meto primero los pies. Consigo salir medio descoyuntándome. En la calle hay grupos en fila que rocían con esas manqueras finas y metálicas que se usan para fumigar. Volvamos atrás, les grito, conozco una peluquería donde nos dejarán escondernos.
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