lunes, 4 julio 2022. Se supone que estoy en Sevilla e intento salir de una cafetería muy barroca. Llegó a una
especie de estación antigua con tiendas. Una chica dice que mire al techo, que es artesonado auténtico, pero
yo miro al suelo porque tengo que bajar unas gradas que en vez de escalones tienen barrotes de madera.
Pienso que a Alberto le gustaría mucho este sitio. Una vez abajo, otra chica me pregunta si me gusta. Le digo
que me sorprende seguir descubriendo lugares así en una ciudad que he visitado tantas veces. No me hace
caso, quiere venderme algo. Al salir hay un descampado con hierbas muy secas. El aire también es seco y
caliente, me cuesta respirar. Veo a una chica sentada entre los matojos, intento acercarme pero el
descampado se empina y casi caigo. Aparece un grupo de excursionistas. Les pregunto si el camino por el
que han venido se llega a la ciudad. Dicen que les acompañe. Llegamos a unas ruinas de piedra donde hay un
servicio sin puertas. Mientras una señora orina a la vista de todos, el resto espera en sillas, a lo suyo, y nadie
se extraña de nada. Me alejo con disimulo. En otro descampado con escombros que fueron casas, veo a
Alberto y a Francis. Me alegro mucho de verlos. Antes de que pueda decir nada, Francis hace un gesto con el
índice hacia su oreja como para que oiga algo. Se oye música a lo lejos. Una verbena, le digo. Francis se lleva
el índice a los labios para que me calle. Estamos junto a unos bidones. Alguien ha tirado juguetes. Quiero
llevarme alguno, pero todos están rotos y pegajosos. De nuevo estoy sola. Sigo l sonido de la música y llego a
una especie de museo. Hay estanterías con objetos de vidrio. Aparecen Carmen, Enrique y Antonio Crespo
Massieu. Antonio dice que como las vitrinas no tienen cristal podemos llevarnos lo que queramos. Si coges
algo debes dejar algo, le digo. Coge un pato de cristal y deja un cono amarillo en su lugar. Su mujer se enfada
mucho y sale del museo. La seguimos y nos sentamos a tomar algo en una terraza que es una grada de
piedra muy empinada. La camarera nos da la carta. La carta está impresa en una servilleta de papel muy fino
que se lleva el viento.