domingo, 10 julio 2022. Estoy en la barra de un bar. No tomo nada (quizá esté esperando a alguien). A mi lado, dos chicos enormes de pelo rizado, muy morenos, con perilla, van pidiendo un plato tras otro. Le piden a la camarera un arroz. Les pone un bol de cristal a rebosar de arroz blanco con salchichas tipo Frankfurt en el fondo. Tenemos que irnos, dice uno y pide a la camarera que se lo ponga para llevar. Mientras la camarera va por un recipiente, se comen el arroz con las manos. Una de las salchichas cae el suelo. Digo, por hacer una gracia, que si estuviera en mi casa la lavaría y me la comería. El chico se lleva las manos a la cabeza (exagera los gestos), dice que eso nunca se hace. Salimos a la terraza del bar. Veo llegar a Fernando Trueba e Irene Montero y una niña rubia (se supone que son padre e hija y que somos amigos). Montero se acerca a saludarme. Los hermanos se dan codazos, una famosa, dicen y le piden un autógrafo. Ella me pregunta si sigo escribiendo la historia de la vieja. Que sí, pero que solo Oeste ha leído algunos fragmentos. Se acercan Trueba y la niña, llegan Alberto y Oeste. La camarera al ver tal revuelo nos trae la cuenta. La de los hermanos asciende a 170 euros, la mía a 140 (cuando yo no he tomado nada). Alberto la repasa y dice que no está mal. Por no discutir, no le digo que yo no he tomado nada. Le pregunto a un camarero si puedo pagar con tarjeta. Que sí, pero dentro. Las camareras cuchichean. Les digo que no conozco de nada a los hermanos, que siento todo el lío que se ha montado. Una de las chicas me dice que quiere leer mis libros. Le regalo uno que, de repente, ha aparecido en una caja de madera junto al grifo de cerveza. Le digo que puede leer mis blogs y le escribo la dirección con el dedo en el aire. Los hermanos gordos se acercan, dicen que pensaban que "los famosos" invitarían a algo y ha sido al revés, que Trueba quiere que ellos lo inviten a un gin tonic. Pago y me escabullo como puedo. Oeste me pregunta cómo va la historia de la vieja. Le digo que bien pero que no haré nada con ella, que la escribo solo para mí. Igual esto te anima, dice y me regala una bolsa de damasquillos.
+
Llego a un bar con mi hermana y mi prima Cristina. Tenemos prisa. Comer e irnos, dice mi prima al camarero. El camarero mira las mesas como si no las viera. Hay muchas vacías en la terraza. Queremos fuera por el virus, dice mi prima. Me sorprende verla tan decidida, con lo tímida que suele ser. Cuando me fijo en ella, lleva la cabeza llena de rulos.