viernes, 7 octubre 2022. En el suelo de la terraza hay unas parrillas largas como de cocina de hotel. Salto sobre ellas como si fuera una rayuela dibujada. Un niño pequeño me mira provocador e intenta tirarse por la barandilla. Lo agarro de los pies de milagro. Le digo que la próxima vez lo dejaré caer. Abajo no hay césped ni piscina, hay un pequeño campo de fútbol de tierra rodeado por una malla de alambre. El balón se les sale y a otro campo también vallado lleno de balones que alguien perdió. Cuando el chico más alto va a buscarlo le grito desde arriba que coja varios balones y así no tienen que estar yendo y viniendo, pero no me oye.
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Mesa en ele. Grupo heterogéneo (no conozco a casi nadie). Todos se levantan y se van, me quedo retrasada porque tengo que atarme los cordones de los zapatos. Cuando me doy cuenta tampoco llevo calcetines. Me siento en un banco que hace esquina y da a una ventana a ras de la acera. Veo los pies de alguien en la cama. Pienso que es persona verá mis pies calzándose. veo como el grupo se aleja. Llegan dos chicas con pinta de locas, meten las manos en mi mochila y sacan un cheque. ¡Ahahá!, dice una de ellas y agita el cheque en el aire como si fuese una escena de dibujos animados. Dice que he cobrado una comisión ilegal. La policía está al llegar, dice (la otra no dice nada, parece triste). Estoy tranquila porque un rato antes Federico había grabado un vídeo donde una chica me daba el cheque y firmábamos algo. Llegan un montón de coches de policía y rodean la zona, montan una carpa y una mesa con catering como si aquello fuera a durar meses y fueran a detener a alguien peligrosísimo. Llega hasta la prensa. Nadie se acerca a mí. Me acerco a la mesa para decir que soy la del cheque, pero antes veo que unas chicas están tristes, dicen que el último producto que han sacado al mercado está malísimo. Son unos aperitivos de masa frita con sésamo (como las chebakias, pero en forma de muelle). Pruebo uno. Son pegajosos pero no saben a nada. Tenéis que lavarlos y meterlos en miel, le digo y me voy. Junto a la mesa, Garriga Vela y Aurora Luque, me dicen que declararán a mi favor, que no me preocupe por nada. Les digo que tampoco se mojen demasiado, que estar en la cárcel un tiempo será una buena experiencia. Una chica grande que parece extranjera se me acerca saltándose el cordón policial. Dice que si puede robarme otro poema. Claro, le digo. Se va dando saltitos.