jueves, 6 octubre 2022. Mi madre está en la cama. Mi hermana lo lava con una toalla que chorrea agua. Pienso que habrá que cambiar las sábanas y poner el colchón en la terraza porque estará empapado, pero no digo nada. Voy a recoger la ropa del tendedero. Hay varias colchas que pesan mucho. Me duelen los brazos y temo que caigan al primer piso. Suena el teléfono, es mi padre desde su cuarto. Estoy en casa, ahora voy, le digo. No, no, es muy urgente, dice y se queda callado. No dice más. Como suele hacer, debo adivinar de qué se trata. Aparecen mi hermana y él en la cocina. Mi hermana nos cuenta muy orgullosa que se ha hecho un tatuaje. Lo que parece un número de teléfono o un código postal le rodea el anular como si fuese un anillo. Con este número se mueve el pez, dice. Pone en el suelo lo que a mí me parece un híbrido entre tortuga y conejo de plástico celeste semitransparente. Al acercarle el número del dedo, se pone en marcha. Mi padre y mi hermana miran el artefacto ensimismados. Yo no sé qué decir.