cerveza espesa y perfume paquita

sábado, 12 octubre 2024. Llegamos a un embarcadero. Para llegar a un barco convertido en museo tenemos que pasar por unos tablones inestables que sobresalen del agua. Bienvenidos al Museo del vino, nos dice un señor con muy mala pinta. Su mujer nos cobra la entrada. Dice que podemos visitar las cuatro plantas y tenemos derecho a una cata de vinos y cervezas. Dicho esto nos da a cada uno un vaso de chupito de plástico. El museo consiste en una tienda de objetos de cerámica en miniatura relacionados con el vino (vasos, botellas, porrones). Su mujer nos azuza para que vayamos más rápido, nos guía hacia la bodega a empujones. Unos turistas degustan sus chupitos de vino. En cada mesa hay una especie de probeta de medio metro con un indicador verde dentro. La cerveza parece zumo de melocotón. La pruebo, da asco. Volvemos por donde hemos entrado. Alberto dice que pasa de tablones y se echa al agua. Al salir, lo espera el dueño con una toalla, le quita la camiseta, lo seca con mimo, le dice que está muy moreno. Alberto responde que es que va a misa todos los días. El dueño del museo lo mira con admiración. Le hago un gesto de no entender a Alberto, y él me hace otro de, he confundido la palabra piscina por misa.
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Estamos en unos grandes almacenes. Alberto dice que va a comprarse un perfume. Qué raro, pienso (a ninguno de los dos nos gustan). ¿Puedo oler ese, el que se llama Paquita?, pregunta a la dependienta. El frasco es la figura de una diosa griega. Le digo: primero, es de mujer; segundo, dudo que se llame Paquita, se llamará Afrodita o algo  parecido. Dice que le da igual el nombre y que le encanta porque no huele a nada. Nos lo llevamos, dice satisfecho. ¿Vas a pagar más de 70 euros por un perfume que no huele a nada? Claro, es el perfume perfecto.