sombreros e hipopótamos

martes, 23 diciembre 2025. Voy por la calle con un grupo de poetas. Orihuela está muy joven, con el pelo muy negro. Me pregunto si habré viajado en el tiempo o se habrá teñido. De repente se nubla y empieza a llover. Saco de la mochila un montón de sombreros (algunos muy raros, como uno de Napoleón) y voy repartiendo. Una poeta muy mayor se me acerca para que le dé uno, pero solo me queda una bolsa de plástico. La cara de decepción de la señora me da mucha pena.
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Estamos con los sobrinos en una casa parecida a la que iba de niña en verano. Elena se queja de que su padre se ha metido con su cintura. Le digo que me lo explique mejor. El resumen es que no le gusta que vaya al colegio con el ombligo fuera. Le digo que es normal, que a ningún padre le gusta que miren a su hija. De repente estamos en un andén. Alberto les pregunta si se acuerdan de cuando los llevamos al cine a ver Fantasía. Elena empieza a tararear la música y yo salto a las vías a bailar imitando a los hipopótamos.
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Estoy en la cocina de casa con Camilo. Me cuenta sus desdichas. Pienso que sea como sea siempre me ha causado ternura, incluso pena. De repente se acerca y me mete el dedo en la boca. ¡Ya lo has estropeado todo!, le grito.
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Vamos en una especie de canoa por lo que parece un parque acuático. En el asiento de atrás un niño muy pequeño canta el Cara al sol. Me vuelvo. Es que somos muy de derechas, dice la madre (una morena muy guapa y muy maquillada). Ha dicho somos. Miro al niño, no tendrá más de tres años. Me parece muy bien, le digo y me vuelvo. Mira, ahí viene la atracción del Ministro de Cultura, dice. Le digo que yo pondría a un ministro de cada partido. Por ejemplo, nunca pondría a nadie de derechas como Ministro de Economía. De repente estamos en una cafetería muy cursi donde ponen té con pastas, y la chica ahora es un chico muy enérgico, como si se hubiera metido algo. No habla de política, habla de mujeres y de sus amigos, y de pasárselo bien. De repente se quita la chaqueta, la corbata y baila como un loco. Intentó encontrar Alberto pero se ha ido (supongo que harto). Salgo a buscarlo. Fuera hay una playa enorme con la arena muy blanca (parece cal). Cuando camino sobre ella debajo hay arena muy amarilla. Me da mucho asco, me estoy mareando y vuelvo a toda velocidad a la tetería. En la orilla hay una roca donde mi tía M hace que posa para una foto (fotógrafos no hay). Le digo que se agarre bien a la roca, como una lapa, porque las olas empezarán a romper en ella en un momento. La tetería ha cambiado. Ahora es una hamburguesería. Al fondo del pasillo está el mostrador desde donde llaman a los clientes para que vayan a recoger sus pedidos. Dicen mi nombre y apellido. para que no lo repitan corro hasta el mostrador (aunque no he pedido nada). Me dan un perrito caliente muy pequeño y un refresco del tamaño de un chupito.