sábado, 28 noviembre 2009. Camino por la calle con una chica muy guapa mitad mi prima Cristina, mitad mi amiga la poeta Carmen Beltrán. Hablamos como si acabáramos de conocernos, sorprendidas de todo lo que tenemos en común. Hablamos en inglés. Caminamos por unas calles al sol entre edificios de cúpulas blancas. Yo llevo en la mano una esponja.
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Estoy con un grupo de personas de distintas edades. Todos llevan carpetas y bolsas de congreso menos yo, que sólo llevo un lápiz en la mano. Buscamos un restaurante. Un chico muy alto mitad Íñigo San Sebastián, mitad Camilo de Ory, me agarra del brazo para que me siente su lado. Es restaurante es estrecho con mesas redondas, descomunales, muy bien vestidas. En cuanto nos sentamos el restaurante se llena. Todos comentan la suerte que hemos tenido. No sé qué hago allí.
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Mi hermana dice que su dormitorio está lleno de insectos, me pide que los mate. Busca debajo de la cama, dice. Hay un colchón en el suelo y al levantarlo salen varios ciempiés. Me da pena aplastarlos. Los empujo de nuevo debajo del colchón y les digo que no se muevan. Después digo a mi hermana que ya me he deshecho de ellos, que puede dormir tranquila.
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Mi cuñada abre una caja de cartón muy grande y saca un koala precioso que se agarra a su cuello. tengo algo para ti, me dice y me enreda una culebra en el brazo. Intento gritar pero no puedo.
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En un cobertizo, con muy buena luz, hay una cama que ocupa casi todo el espacio. Intento encontrar una postura cómoda. Mientras, un tipo mitad Alfredo Taján, mitad José Luis González Vera, dice que ha pagado un millón de euros a su psicoanalista. Su psicoanalista, en cuestión, es una señora despeinada con muy mala pinta que está sentada al fondo del cobertizo. Yo te curaba gratis dándote dos hostias, le digo. La psicoanalista se levanta muy ofendida, sale al campo y se mete en una especie de garita abandonada. Estarás contenta, me dice el tipo muy enfadado, has conseguido que recaiga. Me asomo a la ventana y la veo tirando piedras al mar.
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Estoy con un grupo de personas de distintas edades. Todos llevan carpetas y bolsas de congreso menos yo, que sólo llevo un lápiz en la mano. Buscamos un restaurante. Un chico muy alto mitad Íñigo San Sebastián, mitad Camilo de Ory, me agarra del brazo para que me siente su lado. Es restaurante es estrecho con mesas redondas, descomunales, muy bien vestidas. En cuanto nos sentamos el restaurante se llena. Todos comentan la suerte que hemos tenido. No sé qué hago allí.
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Mi hermana dice que su dormitorio está lleno de insectos, me pide que los mate. Busca debajo de la cama, dice. Hay un colchón en el suelo y al levantarlo salen varios ciempiés. Me da pena aplastarlos. Los empujo de nuevo debajo del colchón y les digo que no se muevan. Después digo a mi hermana que ya me he deshecho de ellos, que puede dormir tranquila.
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Mi cuñada abre una caja de cartón muy grande y saca un koala precioso que se agarra a su cuello. tengo algo para ti, me dice y me enreda una culebra en el brazo. Intento gritar pero no puedo.
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En un cobertizo, con muy buena luz, hay una cama que ocupa casi todo el espacio. Intento encontrar una postura cómoda. Mientras, un tipo mitad Alfredo Taján, mitad José Luis González Vera, dice que ha pagado un millón de euros a su psicoanalista. Su psicoanalista, en cuestión, es una señora despeinada con muy mala pinta que está sentada al fondo del cobertizo. Yo te curaba gratis dándote dos hostias, le digo. La psicoanalista se levanta muy ofendida, sale al campo y se mete en una especie de garita abandonada. Estarás contenta, me dice el tipo muy enfadado, has conseguido que recaiga. Me asomo a la ventana y la veo tirando piedras al mar.