sábado, 24 marzo 2012. Estamos sentados alrededor de una mesa enorme. No conozco a nadie, sólo a Francis que me queda justo enfrente, a unos seis metros. Intento decirle algo, pero no llega a oírme o entiende otra cosa. Me hace un gesto con la mano como para que no diga tonterías. En ese momento alguien nos llama y entramos a una clase enorme con sillas individuales. Todos escriben en papel, yo sólo llevo el portátil e intento no hacer ruido al teclear. Al cabo de un rato, todos recogen y salen a toda prisa. Yo tengo que esperar a que los programas se cierren y me quedo para la última. El portátil resbala y cae al suelo lentamente, como o haría una folio. Me despido y salgo. Un tipo, idéntico al actor Ulrich Mühe, me dice algo amable en un idioma que no llego a entender. Al salir tropiezo y voy dando traspiés por una escalera sin llegar a caerme. Nadie me ayuda. Todos caminan en la misma dirección, van disfrazados. Unos de románticos otros de los años 20. Una chica me pone una diadema con una pluma sobre la frente. Veo a Francis a lo lejos e intento alcanzarlo. Cuando al fin consigo ponerme a su lado, sin dejar de andar, le digo: Carrusel, lo que te decía era carrusel.
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Mi madre camina hacia la casa de mi abuela. Intento alcanzarla. Lleva una bolsa en la mano, Le digo que ya se la llevo yo, aunque no pesa mucho. Le pregunto si comeremos con mi abuela. Dice que no, que todo está en sombra, y se da media vuelta. Me fijo en el jardín, está divido en dos por una red verde. No hay ni un sólo álbol y sin embargo todo está sombró y triste. Desde la acera de enfrente veo cómo mi abuela pone la mesa y mi padre se sienta para comer. Parecen muy tristes. No sé qué hacer, si convencer a mi madre para que nos quedemos con ellos o hablar con ellos para que se vengan con nosotras.
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Mi madre camina hacia la casa de mi abuela. Intento alcanzarla. Lleva una bolsa en la mano, Le digo que ya se la llevo yo, aunque no pesa mucho. Le pregunto si comeremos con mi abuela. Dice que no, que todo está en sombra, y se da media vuelta. Me fijo en el jardín, está divido en dos por una red verde. No hay ni un sólo álbol y sin embargo todo está sombró y triste. Desde la acera de enfrente veo cómo mi abuela pone la mesa y mi padre se sienta para comer. Parecen muy tristes. No sé qué hacer, si convencer a mi madre para que nos quedemos con ellos o hablar con ellos para que se vengan con nosotras.