viernes, 15 junio 2012. Paso por delante de una tienda de bolsos y recuerdo que mi hermana quería uno rojo. Antes de entrar, no sé cómo, meto el mío a través del cristal y lo dejo en el escaparate. Todo está a contraluz, tropiezo, casi me caigo. La tienda ha cambiado, ahora parece una almoneda. La dueña está sentada detrás de una mesa camilla. Le pregunto si puedo pasar al escaparate porque he dejado mi bolso allí. Al entrar, rompo una puerta de cristal. La mujer me explica que son puertas especiales para guardar dentro encajes, que ella guarda encajes incluso dentro del cristal de los vasos. Sin dejar que yo diga nada, comienza a hablarme de relojes de comunión. Como quiero irme de allí, y para no seguir la conversación, le digo que a mí no me regalaron ninguno. Me mira con desconfianza. Se me acerca un niño, me pregunta si voy a quedarme a comer. Le digo que tengo que irme a casa, con mi gato y con mi perro. Tú no tienes gato ni perro, dice. No, pero tengo un tiburón enorme, le digo. El niño dice que quiere ir al baño. La mujer me da dos pulseras de cuentas de plástico, se supone que son las llaves de los baños, y dice: Adivina cuál es cuál. El niño grita y se ríe: ¡Están mojadas, están mojadas!