jueves, 7 junio 2012. Alberto me dice que hay que darse prisa si queremos ver la ciudad. No sé a qué se refiere. Salgo de un salto de la cama. No hay tiempo, dice Alberto, agárrate fuerte. Sin duchar, ni vestir siquiera, me abrazo a él. Desde la terraza toma un pequeño impulso y volamos en vertical. Efectivamente, está anocheciendo y desde donde estamos se ve una ciudad desierta. Sobrevolamos una zona de edificios de piedra en ruinas. Alguien desde abajo nos hace señas, algo así como que nos volvamos a casa porque van a cerrar.
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Llueve, entro en un bar para resguardarme. Hay mucha gente, consigo llegar hasta un rincón donde hay una tabla en la pared que hace de barra. Comienzo a sacar todas las cosas del bolso y voy secándolas con servilletas de papel. Hola, me dice el tipo que está en el taburete de al lado. Es Chivite. ¿Pero qué haces tú aquí? Como única respuesta saca de su bolso algunos objetos muy parecidos a los míos: una moleskine de cartón, un rotulador de punta fina, unas llaves sin llavero. Lo que más me llama la atención es que lleve un monedero de ante con cremallera, idéntico al mío. ¿De dónde lo has sacado? Me lo regalaron mis hijas cuando fui abuelo, dice. ¿Has sido abuelo? No. ¿Y quieres serlo? No, ¿y tú? No lo sé. ¿Quién te lo regaló a ti? Mi padre, aquí guardaba el tabaco de pipa. Después pide que le enseñe mi libreta. Las hojas están sueltas, arrugadas y mojadas, me da vergüenza que las vea, las guardo en el bolso. Mientras hablamos llega Daniel y se toma un café a nuestro lado. Te presento a mi amigo Daniel. Antes de que Chivite se vuelva, Daniel me hace un gesto de "déjame en paz" con la mano y se va. Chivite me pregunta si ha ido mucha gente a la manifestación. Le digo que no, que por culpa de la lluvia no ha ido casi nadie. Quiero preguntarle qué hace en Málaga, si ha venido a la manifestación o a la lectura de su amigo Félix Grande. Como si pudiera leerme el pensamiento, dice: he venido a la lectura de Félix. Tengo que irme, meto todas mis cosas en el bolso. Nos vemos mañana en la lectura, entonces, le digo y me voy sin despedirme. Al llegar a casa, Alberto me está esperando con una enorme maleta. ¡Nos vamos!, dice muy contento. Pienso que tengo que avisar a Chivite de que no podré ir a la lectura, descuelgo el teléfono y, al ir a marcar, recuerdo que no tiene móvil.